El hoy del ayer… sin maquillaje
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-Llevamos 10 días esperando. Tengo ya la ficha 10 y ya me toca que me den la visa de entrada. Me tocó la mala suerte. Ahora me salen con que tenemos que ir a Tapachula a recoger un papel que diga que soy nacido en Guatemala. ¡Chingaos! ¿De qué nos sirvió venir desde allá?
-Cálmate Pepe –respondió Mary–. Nos regresamos a Tapachula y luego nos venimos otra vez a Laredo.
-¿Vas a hacer el camino otra vez así embarazada?
-No hay de otra… ¿Se te ocurre otra manera?
Pepe no durmió pensando en esa otra manera… pero no llegó ningún ángel a darle otra solución… y no se atrevió a abandonar a su mujer embaraza sin comida y limosneando en las calles de Laredo
-Ta’ bien. Mañana salgo a las calles a pedir limosna para completar el viaje, cuando menos a Monterrey… y ahí haré lo mismo. Por lo pronto cómete este pozole que me dieron en una posada, que le hará bien al niño. No quiero que nazca todo flacucho.
Se fueron en un camión que le decían “el burro” porque cargaba con todos los “jodidos” y era el más barato. Llegaron a Monterrey. Pepe le dijo a Mary:
-Aquí espérame. No te muevas porque luego no te encuentro… (Ya anticipaba la costumbre de su hijo, de perderse sin avisar). Salió, pidió, suplicó y muy pocos le creían pues estaba joven y fuerte. Sin embargo de poco en poco fue juntando algo. Ya pardeando la tarde fue a ver a su mujer. La encontró muy contenta. Con una sonrisa que no cabía en su cara.
-¿cómo estás? –Le preguntó.
-Pues mírame –le respondió Mary–. Sentada y sin problemas. Ya comí. Y aquí tengo un taco para ti. Ya junté para irnos hasta Tapachula. Algunos que se bajaban del camión me coqueteaban, otros me preguntaban que a dónde iba, y otros simplemente miraban mi panza y me daban dinero con una sonrisa. Esos nos completaron el viaje hasta Tapachula.
-¿Y crees que con eso nos alcanza para ir y venir? –respondió Pepe que devoraba el taco–.
-Ay, Pepe… ten confianza en Dios y no le exijas respuestas tan futuras… Total se va a hacer lo que Él quiera.
Pepe como era hombre se quedó confundido con esta respuesta tan maternal como femenina. Él estaba acostumbrado a resolver las cosas por sí mismo y a distinguir lo posible de lo imposible. No contaba con Dios, que lo había metido en estos problemas tan imposibles de la migración.
Se fueron al D.F. Transbordaron en Tapachula. Y milagrosamente los burócratas chiapanecos le extendieron los documentos de identidad. Al regreso se subieron a la “Bestia”, pidieron ayuda en las calles y pudieron llegar hasta un pueblo cercano a Matehuala. Tan pobre como los mezquites secos...
En un corral que encontraron, Mary le dijo a Pepe: “Me está dando retortijones. Se me hace que ya me llegó la hora”… y dio a luz a un niño migrante del cielo. Y Pepe no sabía qué hacer hasta que se acercaron otros migrantes, que quién sabe de dónde les nació la sonrisa y la alegría. Les dieron de comer queso de cabra y Mary tuvo con que amamantar a su hijo.
A los pocos días les llegó la noticia de que tenían que irse al sur, al extranjero, donde la “migra “no los persiguiera. Y agarraron al niño y se fueron… agarrados de la mano de Dios… y así fue toda su vida de emigrantes.