El (¿inevitable?) desastre que viene
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Algunas cosas simplemente no pueden regateársele al presidente Andrés Manuel López Obrador. Una de ellas son sus extraordinarios reflejos, su capacidad para reaccionar con rapidez ante los sucesos adversos y, por lo menos, intentar convertirlos en oportunidades para vender su camello.
La más reciente muestra de ello la vimos el martes anterior cuando, tras la intempestiva renuncia de Carlos Urzúa, al titular del Ejecutivo le tomó apenas una hora salir a cuadro con el nuevo guion a partir del cual debía construirse la narrativa (la conveniente a su gobierno, desde luego) respecto de la dura carta de su excolaborador.
“…hay a veces incomprensión, dudas o titubeos, incluso al interior del mismo gobierno, del mismo equipo… ”, nos ha ilustrado su ilustrísima. “Como es un cambio, una transformación, pues a veces no se entiende que no podemos seguir con las mismas estrategias… tenemos que acabar con la corrupción y hacer valer la austeridad republicana”, nos ha orientado el Presidente.
Frente a tan prístinas explicaciones, pues uno debe entender sin problemas, ¿no? El señor Urzúa… pues era una suerte de gandul, un instigador de la corrupción y un promotor del despilfarro. ¡Vaya usted a saber cómo se nos coló esa alimaña neoliberal en el gabinete! ¡Y en la Secretaría de Hacienda!
El coro automatizado de aplaudidores no requiere más: su santidad habló y, como su palabra es cosa divina, pues ya está. ¡A la hoguera con Urzúa y sus pulsiones conservadoras!
Pero una cosa es reconocerle buenos reflejos al Presidente y otra muy distinta concederle, a partir de ahí, la calidad de buen gobernante. Sin duda es un político muy hábil (sobre todo en el arte de torcer la verdad), pero como timonel de la nave es un desastre.
Y la frase anterior no es un eufemismo ni pretende calificar en el apartado de figura retórica. Entre la renuncia de Urzúa y las noticias de los últimos días, la realidad aparece bastante clara: al nuevo equipo gubernamental le tomó sólo medio año destruir la economía.
Debido a esto, más allá de las entretenidas especulaciones sobre intrigas palaciegas –de poco sirve a los mortales comunes saber si Alfonso Romo tiene ahora más poder en el gabinete–, las conclusiones más importantes en torno a este episodio son las de carácter estrictamente personal.
En efecto: tras ver arrojar la toalla al extitular de Hacienda todos debemos ponernos a revisar cómo andan nuestras finanzas personales; cuál es el saldo en las tarjetas de crédito, las condiciones del crédito hipotecario y, en general, cómo estamos gastando nuestro dinero en este momento… porque muy pronto vamos a vernos obligados a modificar nuestros hábitos.
Personalmente no me gusta el papel de agorero del desastre, pero hoy resulta inevitable: estamos a la orilla del precipicio y a punto de dar un paso al frente. La recesión de la economía está a la vuelta de la esquina (si acaso no está ya aquí) y sus efectos van a golpearnos a todos, sin excepción.
Quienes tenemos un poco más de años lo sabemos bien porque lo hemos vivido antes: cuando las decisiones económicas comienzan a tomarse a partir, exclusivamente, de la temperatura de las gónadas presidenciales no puede esperarse otra cosa sino la catástrofe.
Parecería innecesario e incluso estúpido reiterarlo, pero claramente quienes ganaron la elección de 2018 –señaladamente el Presidente de la República– no se enteraron del asunto, aunque presuman conocer la (pre)historia del País: las crisis sexenales se acabaron sólo cuando se impidió a los presidentes decidir a su antojo sobre la economía nacional.
De eso habla justamente la carta de renuncia de Urzúa: del regreso a las prácticas del pasado –del más rancio pasado priista, por cierto– en el cual el Presidente y sus cuates –pero sólo sus meros cuates– decidían el rumbo de la economía, aunque fuera de espaldas a los datos duros, a la evidencia empírica.
Y porque ya vimos esta película –insisto: quienes ya cargamos algunos años encima– lo único inteligente es recurrir a lo aprendido en el pasado en materia de crisis económicas.
En este sentido, la principal lección heredada de las crisis anteriores es una bastante simple: en la medida en la cual uno tiene en orden sus finanzas personales resulta más fácil sortear el vendaval y llegar a la otra orilla sin heridas graves.
Por eso, incluso si usted es fan del presidente López Obrador, no lo dude: la mejor decisión, en lo inmediato, es ordenar sus finanzas a la mayor velocidad posible. Porque el tenerle fe ciega al Presidente no evitará lo inevitable: cuando la crisis llegue agarrará parejo y no sólo atropellará a los fifís.
Los fifís, por cierto, cuentan con mejores herramientas para hacer frente a la crisis y llegarán al otro lado sólo con algunos raspones, mientras nosotros sufriremos fracturas y la pérdida de algunos dientes… si bien nos va.
Ojalá y los críticos de esta administración seamos obligados pronto a tragarnos nuestras palabras. Eso será siempre lo mejor para todos. Por desgracia, en el horizonte sólo se divisan nubes de tormenta. Y de esas tormentas, créalo, no hay forma de salir ileso. Cuando mucho puede aspirarse a salir vivos.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3