El manco Espiridión
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Carácter empeñoso ha sido siempre el de los habitantes de Ramos Arizpe. Conseja antigua nos habla de una costumbre de los recios varones que primero poblaron esa tierra. Solían ellos, dice la leyenda, tomar en brazos a sus hijos cuando apenas llegaban al año primero de su edad. Luego, sin consideración alguna, los lanzaban a lo alto del alto techo de sus casas. Si el tierno infante lograba agarrarse de un morillo y sostenerse ahí, quedaba salvo, y su padre lo bajaba con amorosa solicitud y con orgullo. Si le faltaba industria al niño y no conseguía asirse al morillo salvador, su padre lo veía caer cruzado de brazos -el padre, claro- y hacerse puré en el suelo. No se había perdido mucho, en cuanto que el angelito no había dado trazas de poseer la habilidad y fuerza que luego requeriría en la vida.
Desorbitada leyenda es ésa, como desorbitada también es la que afirma que el temple y terquedad de quienes pueblan Ramos es tal que con la fuerza sola de su cabeza pueden parar un tren a topes. Así, se cuenta, han detenido trenes grandes y máquinas de vapor. Eso se dice de Espiridión el Manco, que varias veces consumó esa hazaña, con grave demérito para la eficacia del sistema ferroviario nacional.
Otras proezas de muy distinta especie consumó el Manco Espiridión, como aquella vez que llegó a Ramos un circo lucidísimo, con muestra profusa de serpientes, el Hombre Fuerte, la Mujer Araña y -atractivo mayor entre esos todos- la Cabeza Parlante.
Estaba privada la pobrecita del resto de su cuerpo por haber desobedecido a sus papás. No le pareció bien a don Espiridión tamaño corte por tan corto pecado, y motejó a la cabeza con muy rotundos adjetivos por haberse dejado separar de su cuerpo así nomás, lo cual era muy grande pendejada, así le dijo. La cabeza no toleró muy bien aquel maltrato, y prorrumpió a su vez en voces insultantes, diciendo al Manco que a poco él estaba muy completo, y que nomás se le acercara, que ya vería cómo de fuerte dentellada, única arma ofensiva que por su desobediencia le quedaba, lo privaría de aquella parte de su cuerpo que más a su alcance le pusiera, lo cual era fuerte amenaza, pues la dicha cabeza estaba sobre una mesa de muy menguada altura que apenas si llegaba a la entrepierna de don Espiridión.
Montó en cólera el Manco al oír aquel desaforado descomedimiento, y arremetió contra la cabeza lanzándole terribles golpes con el agudo gancho piratesco que por mano tenía, y entonces ¡oh, milagro! se vio a la cabeza recuperar de pronto su perdido cuerpo, pues uno muy entero se levantó de abajo de la mesa y echó a correr llevándose la mesa en los hombros, con el mantel ignominiosamente arrastrando por el polvo, como triste bandera derrotada. Dueño del campo quedó el Manco Espiridión, y muy ufano de su arrojo triunfal y su victoria. Una epopeya más para la saga de Ramos Arizpe.