El muro y la grieta: Bibliotecas
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El pasado 24 de octubre se celebró el Día Mundial de las Bibliotecas. Sin embargo, a pesar de su fama, Saltillo es una ciudad que poco a poco pierde sus espacios públicos de lectura. Cierran por crisis de mercado o acomodos institucionales las librerías, y en los últimos años nuestra ciudad ha visto morir dos de sus bibliotecas más importantes.
Civilización y barbarie
La destrucción de la hermosa biblioteca de Sarajevo durante la guerra de Yugoslavia en 1992, cuyo ataque con cohetes incendiarios fue ordenado por un general serbio que había sido asiduo usuario de la misma –un ex académico especializado en Shakespeare- refrenda la famosa sentencia de Walter Benjamin: “No hay un solo documento de cultura que no sea al mismo tiempo un documento de la barbarie”. Situación que sin esos visos trágicos se replicó en Coahuila: la administración de un ejecutivo estatal que buscó proyectarse como un amante de la cultura y las letras fue la misma que ordenó el cierre de dos bibliotecas públicas de una larga tradición, acervo y afluencia: la Biblioteca Central Ildefonso Villarelo en el bulevar Coss –el edificio fue requerido por el Poder Judicial- y la acogedora Biblioteca Elsa Hernández, en el corazón de Saltillo, sobre la calle de Bravo.
Historia conocida
Pretextos los hubo tan variados como absurdos. La ampliación de otros espacios institucionales, cambio de uso de los edificios (el caso de la librería Educal –la última en el Centro Histórico de esta capital– que “estorbó” a las nuevas operaciones de la flamante Academia Interamericana de Derechos Humanos) o como dijo en una entrevista el entonces gobernador, justificando el cierre de la Biblioteca Central: “Los muchachos van cada vez menos porque ahora todo lo encuentran en el internet”( Vanguardia, 10 de sep. 2017).
Se dice que nuestra primera biblioteca pública es la Manuel Múzquiz Blanco, famosa por su frontón de estilo griego y ubicada en la Alameda Zaragoza, no obstante, esto no es así. La primera fue otra que corrió con la misma suerte: según testimonio de la maestra Esperanza Dávila Sota, ésta fue abierta en 1888 y se había conformado con bibliografía residual del desaparecido colegio jesuita de San Juan y donaciones conseguidas por la iniciativa del poeta Jacobo M. Aguirre. Sin embargo, el destino de este valiosísimo acervo sería truncado por la estupidez gubernamental: en 1929 fue clausurada por orden de Manuel Pérez Treviño. La leyenda negra cuenta que sus libros fueron a parar a los sótanos del Palacio de Gobierno, donde sucumbieron al tiempo, las plagas y la humedad. En su texto de 1933 “El Clamor de Coahuila”, el valiente y lúcido Vito Alessio Robles fue el único que elevó su pluma contra ese atropello y escribió:
“Durante la administración de Pérez Treviño se registró el acto increíble de clausurar la Biblioteca Pública de una ciudad culta, como lo es Saltillo, biblioteca que contaba con cerca de diez mil volúmenes. Esto es un hecho más que suficiente para deshonrar a cualquier gobernador y para hacer imperecedero su recuerdo como émulo de Omar, el segundo califa de los musulmanes que mandó quemar la famosa biblioteca de Alejandría.
Ciudad que tiene biblioteca es un faro, ha dicho alguien. Pérez Treviño clausuró la de Saltillo en 1929; el interino Bruno Neira la mantuvo cerrada, Nazario Ortiz Garza la consideró como algo innecesario y Saltillo, hasta la fecha, es una ciudad que no es faro”.
alejandroperezcervantes@hotmail.com