El muro y la grieta: La Patria, la musa, el mural
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La misteriosa mujer cuyos rasgos González Camarena asignara a la imagen de Patria en los libros de texto, quedó también inmortalizada en el último mural realizado por el artista nativo de Jalisco: un tríptico sobre la fundación de Saltillo en las escalinatas de la Presidencia Municipal de la capital coahuilense.
Recientemente se supo la verdad: según declaraciones del director nacional del INAH -a propósito del sexagésimo aniversario de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos- el nombre de la modelo detrás de la imagen era Victoria Dorenlas (Dorantes, en otras versión): una joven portadora de una gran belleza y acentuados rasgos indígenas, originaria de San Agustín, Tlaxco, Tlaxcala.
Algunas versiones sitúan el primer encuentro del pintor con su futura modelo en una cantina donde ella trabajara como mesera. Y sólo después de una larga insistencia, él lograría convencerla que posara para su obra. Atendiendo una convocatoria para ilustrar los libros de texto, presentó un óleo sobre tela de 120 x 160 centímetros, tornando la efigie de la tlaxcalteca de una ubicuidad monstruosa cuando su propuesta fue elegida: se reprodujeron casi 500 millones de libros gratuitos -en distintas ediciones- durante más de una década, para ser retomada la imagen como portada de éstos, a finales de los 90.
El tríptico
Fue tanta la fascinación del pintor por el potencial icónico de su modelo, que su representación no se agotaría solamente encarnando a la famosa Patria: su rostro está repetido en otros murales, el más conocido de ellos en el Museo Nacional de Antropología, bautizado como “Las razas y la cultura”. Hubo más lienzos y más versiones: Victoria Dorenlas se volvió personaje incidental, multiforme y persistente. La modelo indígena imantó el arte del reconocido muralista, al grado que su rostro se coló hasta la última de sus obras sobre pared: el tríptico mural en las escalinatas de la Presidencia Municipal de Saltillo. El último en su género que pintara González Camarena, por encargo del Gobierno de Coahuila, en 1978, (apenas dos años antes de su muerte).
Obra que según denuncia pública de la entonces regidora Tomasa Vives hace un lustro, habría sido dañado durante unas obras para hacer una oficina bajo las escaleras que lo sustentan, durante el periodo de Isidro López. En aquel tiempo se comentó que su superficie habría sido tallada con el perfil de un andamio, además de salpicarse con gotas de pintura blanca.
Ni los trabajadores, y seguramente ni los funcionarios, sabrían de su importancia.
La obra realizada por el también discípulo del Dr Atl propone tres momentos de la vida de la ciudad: La fundación –como se sabe, presuntamente datada en 1577, año que haría coincidir su 400 aniversario con el gobierno en turno–, el panel central dedicado a la Revolución, y un tercero, donde se reproducen estampas de la vida contemporánea de aquel entonces.
El primer momento es el más relevante para nuestro comentario, debido a que es pletórico de claves, resignificaciones, guiños y hasta apropiaciones de personas de la época travestidos en personajes históricos: se dice por ejemplo que el rostro de la figura central del capitán Alberto del Canto tomó como modelo una versión juvenil del político coahuilense Gustavo Espinosa Mireles. Asimismo, que entre los personajes secundarios –la pareja de españoles, el jesuita y otros- se filtraron los rasgos de amistades del pintor o funcionarios del Cabildo de aquel año.
Se sabe que González Camarena era dado a realizar acuciosas investigaciones antes de emprender sus obras: no es casual que en manos de los personajes y como parte de la proliferación de elementos pictóricos aparezca la naturaleza vuelta símbolo: el trigo y la vid, la biznaga, el águila, el mapa de Texas, el sarape, la efigie del fuerte de El Álamo y un elemento inquietante: aquel tratamiento laberíntico, entrelazado, casi escheriano, el rostro de un niño que se asoma a través de una espacio contorneado con la figura del mapa de Texas: un recurso que ya había utilizado en otro óleo con su rostro favorito, asomada en una ventana.
Y arriba, en un punto privilegiado del primer panel, el detalle más importante del tríptico; coronando la expresividad y el poderío de la pareja indígena -el rostro de una mujer morena con gruesos labios, párpados pronunciados y casi asiáticos que nos miran desde arriba hacia abajo- en un estoico gesto de una belleza silenciosa, pero fiera, sosteniendo el hilo primigenio del sarape (símbolo de nuestra y su herencia tlaxcalteca), el rostro de la Patria: la cara inacabable de Victoria Dorenlas.
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