El otro don Benito
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El corrido mexicano, a la manera del romance español, nos narra los hechos de personajes que acaban por tener categoría de leyenda.
Año de mil novecientos, / en el trece que pasó, / murió Benito Canales, / el gobierno lo mató...
Benito Canales tenía el oficio de talabartero. Vivía en Zurumuato, pequeña población guanajuatense. No le agradaban los ricos; siempre hablaba mal de los adinerados del pueblo. Ellos le temían, pues Canales era hombre de armas tomar: en una ocasión estuvo en la cárcel por acuchillar a un sujeto. Dentro de la prisión acuchilló a otro, para no dejar solo al primero.
Cierto día estaba Benito en una cantina -esos establecimientos gozaban de sus preferencias- cuando oyó lo que decía un catrín recién llegado de la Capital. Hablaba ese sujeto de un tal Francisco Madero, que andaba haciendo campaña contra el gobierno de don Porfirio Díaz. El señor Madero predicaba la igualdad entre todos los mexicanos, y decía que si llegaba a la presidencia de la República ayudaría a los pobres.
A Benito le interesó aquello, y en los siguientes días procuró allegarse más información sobre Madero y su movimiento. Conocía al jefe del Correo local, Isidro Grajales, y fue a preguntarle si sabía algo acerca del asunto. El hombre, tras imponerle silencio colocándose en los labios el dedo índice, le habló en voz baja y lo citó en su casa aquella noche.
Sucedió que Grajales era maderista. Con fervor le habló a Benito de la causa del coahuilense; le dijo que ese señor libraría a México y a los mexicanos del opresivo yugo de Díaz. Luego le mostró unos volantes que había hecho imprimir en la ciudad de Guanajuato. En ellos se decían pestes de don Porfirio y se convocaba al pueblo a unirse al movimiento maderista.
Pasaron los días. Una mañana Benito Canales se enteró de que su amigo había sido detenido. Quiso ir a la cárcel a hablar con él. Demasiado tarde: el jefe político de la localidad había ordenado ipso facto el fusilamiento del infeliz, que sin juicio alguno fue pasado por las armas.
-Este pendejo se murió por andar de revoltoso -dijo el cacique a los vecinos que se congregaron a presenciar el fusilamiento-. Era dizque maderista. Madero, por si ustedes no lo saben, es un chaparro del tamaño de un borrego, e igual de zonzo. Don Porfirio se lo va a echar de un garnucho.
Corría diciembre de 1910. El día 17, llena la plaza por la celebración de las Posadas, llegó el cacique con un piquete de gendarmes. Benito andaba paseando con sus amigos. El porfirista llegó hasta él y le intimó la rendición.
-Ya supimos que andabas con Grajales -le dijo-. Eres de los mismos. Date preso, a ver si aprendes a no andar alborotando el avispero.
Esas fueron las últimas palabras que dijo. Y su último movimiento fue el que hizo para sacar la pistola. Más rápido que él, Benito desenfundó la suya y disparó tres veces. Los tres balazos dieron en el sitio del corazón. No debe extrañar, pues, que el jenízaro haya caído al suelo razonablemente muerto. Era lo menos que podía hacer, dadas las circunstancias. (Continuará).