El Palomo y El Gorrión tuvieron su nido en Saltillo
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De mi barrio que es el Barrio del Salado guardo muchas, incontables, anécdotas.
Historias de esas que ocurren en los barrios.
Historias realistas y surrealistas.
Como la del señor que se vivía la vida tocando un viejo violín.
Día y noche tocaba su enmohecido violín que todavía lloraba con notas melancólicas y tristes.
O la de aquella muchacha que enloqueció cuando, cuenta le gente de antes, alguien le embrujó con algún bebedizo.
O la del mancebo que fue raptado por una suripanta muchos años mayor que él.
Historias con las que bien podrían escribirse varias novelas.
Lástima que soy neófito en ese género.
Pero hay una historia de mi barrio que me gusta contar.
Y es la de mis vecinas fanáticas de un conocido, tradicional, inolvidable grupo norteño, neoleonés.
“El Palomo y El Gorrión”.
Ah porque “El Palomo y El Gorrón”, tenía sus fans en El Salado, mi barrio.
Eran, son la familia Flores Berlanga, que tenía su molino de nixtamal en las calles de Jesús Nuncio y Nigromante.
Y cada que el dueto, insuperables intérpretes de “La Elisa”, “En toda la chapa”, “Ingratos ojos míos”, visitaba el barrio, me cuenta mi madre, era la locura, la algarabía, de las jóvenes casaderas que iban al molino de nixtamal de los Flores Berlanga, nomás para verlos y, por supuesto, oírlos cantar.
Los del conjunto, Miguel y Cirilo Luna, según me cuentan, eran apenas unos plebes que rondaban los 14 ó 15 años.
Y venían a Saltillo, a El Barrio del Salado, allá… cada y cuando…
Ya se imaginará que eran la sensación de las muchachas y las no tan muchachas de este caserío.
Le estoy hablando de muchos años atrás, quizá unos 50.
Eran, a decir de mi madre, unos chicos guapitos, que cantaban como los ángeles, unos ángeles norteños entonando la letanía del huapango norteño por antonomasia: “El pávido návido”.
Yo no los conocí, no había nacido y creo que tampoco estaba siquiera en proyecto del destino.
Pero mi madre cuenta tan bien esta historia, tan vívidamente, con la emoción a flor de labios, que me parece cercana, mía.
Muchos años después, la muerte de Miguel Luna, “El Gorrión“ (agosto de 2010), calaría hondo en el corazón de sus fanáticas del Barrio del Salado.
Fanáticas de las que hoy ya van quedando muy pocas, se van acabando, no así el recuerdo de dos ídolos que dejaron huella en El Salado.