El precio de todo, el valor de nada
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Una de las lecciones que, se supone, debemos tener bien aprendidas los mexicanos es que no podemos pensar en el voto como si se tratara de un cheque en blanco o una promesa de aplauso permanente. Al político que un día tocó la puerta pidiendo el sufragio se le debe vigilar una vez que llega al cargo por el cual hizo campaña, hacerle un marcaje ciudadano responsable, que sepa que sus decisiones y su actuar tienen consecuencias, que sienta que el ocupar una silla no es ningún premio, sino una encomienda por la que deberá entregar resultados y cuentas claras. Y eso, por supuesto, aplica para todo el equipo burocrático, carísimo por cierto, que designe el personaje en cuestión. Pero, claro, como dijera uno de aquellos tantos lords a los que las redes sociales han dado efímera viralidad: “es México, güey... ¿captas?”. Y en esta democracia nuestra de perennes desencantos (donde a veces el castigo máximo para una administración corrupta y deficiente es, cuando mucho, la alternancia), los vicios, alimentados por la desmemoria y el cortoplacismo, suelen repetirse una y otra y otra vez.
Que el presidente Andrés Manuel López Obrador vea hoy cómo comienza a resquebrajarse su otrora incólume nivel de aprobación, no sorprende. Sus constantes yerros y el fracaso de muchas de sus estrategias en aspectos tan sensibles como seguridad, economía y salud, hacían previsible que el espejismo virtuoso del que se valió para arrasar en las urnas iba a comenzar a evaporarse. Y seguramente la poca empatía con que ha escamoteado la crisis del sector sanitario o la tragedia de los feminicidios, le acarreará números de popularidad cada vez más negativos. Encima de todo, en un momento en que el Presidente podría atenuar el desplome recetándose un poco de autocrítica, decide sacar a la venta los cachitos para su obsesiva rifa no rifa del avión presidencial justo el 9 de marzo, la fecha convocada para el paro nacional de mujeres. ¿Provocación, monopolización de la agenda, indiferencia, descaro? Todos ellos son ingredientes de una infalible receta de autosabotaje que pareciera que medio mundo advierte, menos el propio mandatario, a quien ni el abucheo en su propio estado natal le prendió las alarmas.
Para la encuesta de Laredo y Buendía, la aprobación de AMLO cayó 23 por ciento, pero uno de los datos más significativos es que el 40 por ciento de los mexicanos cree que el País está tomando el rumbo equivocado, cuando apenas en noviembre ese porcentaje era del 29 por ciento. La encuesta de Massive Caller (que reporta una caída de 30 puntos en la aprobación presidencial de febrero de 2019 a febrero de 2020) arroja que para un 40.3 por ciento de los ciudadanos, el gobierno de la cuarta transformación ha decepcionado sus expectativas, contra el 31.8 por ciento que sostiene que su desempeño ha sido mejor de lo que cabía esperar. Sumando la encuesta de Reforma, la caída en la aprobación presidencial ha sido de 9 puntos en el último trimestre, pero el acumulado es de 19 si se toma en cuenta todo el año previo.
Mientras en Massive Caller un 61.9 por ciento de los encuestados considera que el Presidente ha sido poco o nada exitoso en el combate a la inseguridad, la encuesta de Reforma muestra que el 50 por ciento lo reprueba en esa encomienda. En economía, 41 por ciento lo reprueba, contra 35 por ciento que asegura que ha habido un buen desempeño en esta materia; en combate al narcotráfico y crimen organizado la evaluación negativa es del 56 por ciento contra apenas el 24 por ciento que evalúa este rubro positivamente.
En el teatro griego y romano surgió un recurso narrativo que en latín se denomina Deus ex machina y que consistía en que un elemento mecánico, desde el exterior del escenario, incorporaba en la escena a una deidad que aparecía para resolver algún conflicto de la trama o simplemente para cambiar el rumbo de los acontecimientos. Es un recurso intrusivo que sirve para que una historia siga avanzando, alterando su propia lógica interna. Y pareciera que eso es justo lo que el País necesita: un Deus ex machina, algo que modifique para bien este atroz escenario cotidiano. El Presidente, de forma particular, debería dejar de despreciar las alertas, de minimizar las urgencias y de ignorar, ante sus pobres resultados, las exigencias de un cambio de rumbo. En otras palabras, debería dejar de interpretar el rol de lo que Oscar Wilde definía como la efigie del cinismo: aquel que conoce el precio de todo, pero el valor de nada.
@manuserrato
Manuel Serrato
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