El problema no es López…
COMPARTIR
TEMAS
“Las dictaduras son mucho más ineficientes que las más ineficientes democracias… dejan siempre una secuela terrible de corrupción”.
Mario Vargas Llosa.
Étienne de La Boétiea. Escribió a los 18 años su “Discours de la Servitude Volontaire”, corría el año de 1548, aunque el texto no fue publicado sino hasta 1576. Ahí expresaba que los humanos eran naturalmente proclives a la servidumbre, y que esto generaba que a menudo se subordinaran ante una personalidad desbordante. Transcribo un párrafo: “El pueblo sufre el saqueo, el desenfreno, la crueldad no de un Hércules o de un Sansón, sino de un hombrecito. A menudo este mismo hombrecito es el más cobarde de la nación, desconoce el ardor de la batalla, vacila ante la arena del torneo y carece de energía para dirigir a los hombres mediante la fuerza”. Luego entonces eso explica que no necesariamente tenía que ser un personajazo el interfecto, porque entonces sería su personalidad lo que explicara las características de una dictadura, habrá pues que cambiar el enfoque y hacerlo desde la perspectiva de los dominados.
Iñaki Piñuel, catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares, ha estudiado el comportamiento de capitanes de empresa y de funcionarios públicos de alto rango, y establecido analogías. Apunta que a nivel mundial, entre el 8 y el 13 por ciento son psicópatas y que hay tres tipos de perfiles: trepadores, narcisistas y maquiavélicos. Que tienen bien claro que no siempre se obtienen resultados por medio de la coacción y el miedo, entonces recurren a otras vías: “manipulan, fascinan, mienten y se perpetúan en el poder gracias a su carisma”. ¿Cómo la ve, estimado lector?
Por su parte, uno de los padres del psicoanálisis, el suizo Carl Jung, explica en el mismo sentido: “Los dictadores tienen que encontrarse con condiciones adecuadas para producir la dictadura. Benito Mussolini llegó cuando su país estaba en el caos, la clase obrera era incontrolable y había la amenaza del bolchevismo. Creo que los diferentes dictadores tienen poco en común. Pero la diferencia no está tanto entre ellos como entre los pueblos que dominan”.
También, a finales de los sesenta, el psicólogo estadounidense Gustav Bychowski, en su libro “Psicología de los Dictadores”, llegaba a la siguiente conclusión sobre los rasgos de la personalidad de estos pergenios: “Ciertos factores psicológicos colectivos favorecen el ascenso de la dictadura, la obediencia y la sumisión ciegas a una autoridad autodesignada son posibles únicamente cuando el pueblo se siente debilitado por su propio yo y renuncia a la crítica y a la independencia conquistadas previamente. Ese debilitamiento puede manifestarse bajo el influjo de la ansiedad, el temor y la inseguridad. En tales circunstancias el yo colectivo, jaqueado por su sentimiento de impotencia, regresa a una etapa más infantil y busca ansiosamente ayuda, apoyo y salvación. Así, el grupo confía en este individuo y lo venera, del mismo modo que el niño ingenuo confía en el padre y le confiere poderes mágicos. Por lo tanto, envuelve a la persona del líder en un aura de mitología. Para ellos el dictador es como la encarnación de sus propios ideales y deseos, la realización de su propio resentimiento y su propia grandeza. Creen en las promesas del líder, pues le atribuyen omnisciencia y casi omnipotencia. Y es cuando el influjo del dictador sobre las masas recuerda el poder exhibido por un hipnotizador”. Ay Dios…
Vuelvo a Piñuel. Él advierte que como sociedad debemos de mantenernos alerta porque la coyuntura actual apunta al florecimiento de regímenes dictatoriales. He aquí su reflexión al respecto: “No es que los dictadores hagan algo especial, es la sociedad que se lo pide. En tiempos de debilidad acepta restricciones de libertad a cambio de seguridad. Estos personajes caen bien a todo el mundo, manipulan, encandilan, encantan, están en una campaña electoral permanente. Y es algo peligroso porque al terminar la crisis, cuando se necesitaría un estilo de liderazgo con ilusión, entonces ellos no se van, sino que se quedan en la cúspide del poder. Para ello, siempre utilizan el mismo recurso, el del chivo expiatorio: crean crisis artificiales, enemigos internos o externos o teorías del complot para perpetrarse en el poder”. Para el dictador la política deja de ser el arte de lo posible y se convierte en la locura de lo irrealizable. Montado en el pretendido enamoramiento de su pueblo y en su gran capacidad de contacto con el inconsciente colectivo, se estima invencible. El “pueblo sabio” bajo ese conjuro queda embaucado y ya no ve ni oye más que lo que el tramposo, el hipócrita en el poder le permite. Hoy día ya no hay monarquías absolutistas, sólo dictaduras republicanas obtenidas en la vía electoral.
México tiene la suya… y el Presidente dice que todo el mundo es feliz, feliz…