El Síndrome de Tsuruga
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El mítico cineasta Akira Kurosawa, abordó en su película “Sueños” (“Los sueños de Akira Kurosawa”, 1990) algunas de sus preocupaciones en ocho distintos segmentos narrativos independientes, inspirados en verdaderos sueños que el realizador tuvo en sus horas de descanso.
Recuerdo particularmente dos secuencias, una titulada “El Monte Fuji en Rojo”, en la que se relata un accidente en una planta nuclear que obliga una evacuación masiva de la población de Tokio.
Dos supervivientes rezagados de la desbandada, pero igualmente condenados como el resto a morir a causa de las nubes radioactivas, sostienen un breve intercambio final.
Una madre con dos hijos pequeños y un hombre de aspecto ejecutivo discuten bajo un cielo tétricamente teñido de rojo. La mujer reclama que se les dijo oficialmente en todo momento que la planta nuclear era segura, que no entrañaba peligro o riesgos y que le gustaría ahorcar a los responsables de que sus hijos no tengan ya una oportunidad en el mundo. El hombre finalmente reconoce ser uno de dichos responsables, pide una estéril disculpa con la consabida caravana de la cultura oriental y se arroja por un acantilado. La mujer y sus hijos son tragados enseguida por una nube tóxica que en vano intenta disipar “el soñador”, el propio Kurosawa, encarnado por el actor Akira Terao, que atestigua toda la escena.
En el otro segmento, “El Ogro Llorón”, el soñador deambula por un bosque totalmente devastado y se encuentra con una criatura horrenda de aspecto demoniaco. Pronto se revela que el monstruo es de hecho un ser humano que mutó a causa de un desastre ambiental que afectó por completo plantas, animales, hombres y al entorno en general.
Averiguamos luego que “el ogro” fue un empresario inescrupuloso, responsable como muchos otros del desastre ecológico. Siempre plañidero, el monstruo lamenta, entre otros crímenes, haber vertido en el río cargamentos completos de leche sólo para mantener alto su precio en el mercado. Él y todos los de su clase fueron castigados con las mismas horrendas y dolorosas mutaciones que habrán de sufrir a perpetuidad, pues para colmo han sido maldecidos con el don de la inmortalidad. El soñador, temeroso de verse afectado también, huye despavorido por el páramo apocalíptico.
Otros segmentos del filme son menos ominosos y algunos muy amables y reconfortantes, pero todos y cada uno muy bellos a su manera.
Es obvio sin embargo que una de las grandes preocupaciones del director era de orden ambiental y sobre la responsabilidad de la actividad humana en el deterioro del planeta.
Si el mundo entero entró en psicosis nuclear luego de la Segunda Guerra, era lógico que Japón, el país que sufrió el primer y último bombardeo atómico en lo que va de la Historia, desarrollaría una preocupación congénita a los efectos de una devastación radioactiva (Godzilla es sólo un producto más de las pesadillas atómicas de aquella nación).
Quizás, conociendo a los japoneses, quisieron darle una lección al mundo sobre cómo emplear la energía nuclear de forma provechosa, no bélica. Pero también salió mal: Las plantas nucleares no pudieron demostrar ser seguras ni en los países de mayor desarrollo tecnológico, lo que incluye al País del Sol Naciente.
Apenas hace siete años, a causa del gran terremoto y tsunami de Japón Oriental, la Central Nuclear de Fukushima colapsó liberando cualquier cantidad de contaminación radioactiva a la atmósfera como al océano.
Ya en 1981, la Central Nuclear de Tsuruga, también en Japón, presentó cuatro fugas de líquido radioactivo, incidente que no fue dado a conocer sino hasta semanas después de acaecido. Se dice que 287 personas fueron expuestas a la radiación, pero si esa es la cifra oficial que ofrece quien ocultó el hecho durante mes y medio, ya podemos imaginar lo fiable que es.
En su libro “Casi Todo lo que Usted Desea Saber sobre los Efectos de la Energía Nuclear en la Salud y el Medioambiente”, sus autores, Rodríguez Farré y López Arnal, designan como Síndrome de Tsuruga al “secreto y tergiversación empresarial y gubernamental sobre los riesgos ambientales y sanitarios de determinadas actividades industriales”.
Y como ya podrá anticipar, estoy a punto de decirle que en nuestro Estado, nuestro Coahuila vejado, devastado y saqueado, puede sumar a todos sus males el del Síndrome de Tsuruga. Aunque, por razones de espacio, es algo que deberemos abordar en la siguiente entrega.
Mientras tanto, de tarea, les encargo ver el filme de Kurosawa, si es que no lo han visto y cerciórense por favor de que lo vean también el doctor Rogelio Montemayor y el des-Gobernador Riquelme, para que estemos todos en el mismo canal.
¡Recuerden, clase, es para el martes!
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