El tercer decenio, momento para desarrollar una conciencia limpia
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El ocaso del año nos invita a la reflexión profunda y a un inquebrantable optimismo sustentado en la poderosa y combativa esperanza
En pocos días arribaremos al tercer decenio del siglo 21. Termina un año inmerso en una nefasta e imparable pandemia. Un 2020, repleto de incertidumbre, ambigüedad y desconcierto. Un año en donde el miedo, el dolor y la angustia constantemente nos ha recordado nuestra fragilidad y, en ocasiones, nuestras infinitas limitaciones humanas. Un año, también, que nos ha enseñado a valorar los esenciales de la existencia.
MISTERIO
El misterio del dolor derivado de la pandemia se apoderó del mundo recordándonos eso que Martin Descalzo escribió: “El dolor es un misterio. Hay que acercarse a él de puntillas y sabiendo que, después de muchas palabras, el misterio seguirá estando ahí hasta que el mundo acabe. Tenemos que acercarnos con delicadeza, como un cirujano ante una herida. Y con realismo, sin que bellas consideraciones poéticas nos impidan ver su tremenda realidad.
“La primera consideración que yo haría es la de la ‘cantidad’ de dolor que hay en el mundo. Después de tantos siglos de ciencia, el hombre apenas ha logrado disminuir en unos pocos centímetros las montañas del dolor. Y en muchos aspectos la cantidad del dolor aumenta. Se preguntaba Péguy: ¿Creemos acaso que la Humanidad está sufriendo cada vez menos? ¿Creéis que el padre que ve a su hijo enfermo hoy sufre menos que otro padre del siglo 16? ¿Creéis que los hombres se van haciendo menos viejos que hace cuatro siglos? ¿Que la Humanidad tiene ahora menos capacidad para ser desgraciada?
“Sabemos muy poco del dolor y menos aún de su porqué. ¿Por qué, si Dios es bueno, acepta que un muchacho se mate la víspera de su boda, dejando destruidos a los suyos? ¿Por qué sufren los niños inocentes? (…) ¿Quién ignora que muchas crisis de fe se producen al encontrarse con el topetazo del dolor o de la muerte? ¿Cuántos millares de personas se vuelven hoy a Dios para gritarle por qué ha tolerado el dolor o la muerte de un ser querido?”.
VIVIR ENAMORADOS
Ante los estragos de la pandemia vino a mi mente el recuerdo a un queridísimo amigo –que permanece en mi memoria y sobre todo en mi corazón– me comentó hace algunos años cuando el terrible dolor de una terminal enfermedad lo sorprendió:
“Gracias a mi sufrimiento –me dijo– he aprendido lecciones que hoy me son muy útiles para ‘reaprender’ lo poco que me queda por vivir”.
Se refería a la necesidad de desarrollar una conciencia limpia, a seguir diariamente la voz que surge de lo más profundo del ser, a trabajar por gusto y no por lo que se pretende alcanzar como consecuencia de ese esfuerzo, a vivir enamorado de la vida, a ser generoso con los semejantes.
“Nadie sabe –me comentó– lo que tiene hasta que lo pierde, por eso hay que vivir todos los días considerando la existencia como un milagro, caminar con los ojos abiertos, dando las gracias por lo que se tiene, pero también por lo que no se posee, sabiendo que las personas somos seres de encuentros y casi siempre conseguimos lo que pensamos.
“La vida –afirmó– es primavera, es una invitación a ser fieles a los principios que nos sustentan como personas, que le dan sentido a la existencia. Por eso hay que desarrollar una conciencia limpia para renunciar a todo lo que en apariencia es bueno –la fama, el poder, el dinero–, pero que en el fondo sólo invitan a la decepción, pues invariablemente representan la causa de las angustias y desgracias de las personas que se empeñan por buscar la felicidad en lo que es superfluo. Hay que diferenciar entre lo que en verdad vale la pena luchar de eso que reporta beneficios solamente al corto plazo. La vida es un esplendor permanente cuando simplemente se es”.
SABER TRABAJAR
“Pensemos –continuó– por un momento la razón por la cual las personas trabajan y veremos que muchas de ellas no saben cuál es el sentido de su oficio. Algunos trabajan para sobrevivir, otros tantos para triunfar (materialmente), pero sólo algunos –muy escasos– dirían: trabajo por el gusto de hacerlo, es una forma de trascender, una manera de darle sentido a mi existencia”.
Efectivamente, serían poquísimas las personas que sabrían que el gozo de trabajar se encuentra en saber que los seres humanos somos responsables por lo que se siembra y no por lo que se cosecha, que el esfuerzo que permite vivir en una continua recreación es el único que vale la pena emprender, que en la vida hay que “aprender a hacer lo que uno ama, o bien aprender a amar lo que uno hace”, ya que lo demás es pérdida de tiempo.
POR LO QUE VALE LA PENA VIVIR
Recuerdo que después abordó un tema que lleva implícito el verdadero sentido de la vida, o por lo menos brinda luz de aquello por lo cual vale la pena vivir. Me dijo: “Hay que vivir pausadamente. Un día a la vez”.
“Hay que desear los bienes que son inagotables, aquéllos que jamás se acaban”. Se refería al encuentro con el amor, la amistad, la solidaridad, la bondad, la confianza, la justicia; a los valores que encierran, en si mismos, un mensaje claro: “la vida vale la pena vivirla cuando es vividera, cuando se alimenta el espíritu y se allanan las barreras de la convivencia humana”.
PARA SIEMPRE
Mi amigo estaba en lo cierto: el enemigo número uno de la existencia es el “acostumbrarnos” a vivir, pero también lo son: el egoísmo, el sentido de autosuficiencia, la soberbia, la mediocridad, lo es también el desencanto que podemos llegar a tener por lo que algún día decidimos hacer en la vida o el incumplimiento de eso que soñamos y amamos cuando éramos niños o jóvenes.
El gran riesgo de la existencia es olvidar que alguien infinito y eterno es quien brinda el vigor y la entereza que necesitamos –como seres indigentes que somos– para emprender una vida plena y productiva. La fatalidad existencial, más que el dolor mismo, es renunciar a lo que podemos dar, crear, cuidar y amar.
INOLVIDABLE
Su propuesta sigue siendo vigente: enamorase de la vida, desarrollar certeza en la incertidumbre, emprender ideales inmensos por los cuales trabajar y en los que podamos descansar nuestros “éxitos” y “fracasos”, dar sentido al diario acontecer mediante un esfuerzo que sea permanentemente energizado por la llama de nuestros más profundos anhelos, ideales y responsabilidades.
Luchar por lo que vale la pena vivir significa empezar a existir. Saber vivir es martillar lo bueno que somos, es ser alegres, es renunciar a la mediocridad, es abrir los ojos para hacer a un lado todos los “sin sentidos”.
Entonces, el reto es claro: enamorarnos de la vida. Disfrutarla, a pesar de los pesares, como una novedad cotidiana, como una aventura, sabiendo que hay que renacer en cada instante que respiramos.
MI DESEO
Su tiempo pasó, pero su entereza prevalece: no tener miedo a la muerte, vivir intensamente acorde a las convicciones personales, pero sin correr apresurados a su umbral, pues es aquí –en la Tierra– donde, a pesar del sufrimiento, se encuentra precisamente el cielo, ese que es necesario labrar si se desea desembocar en la eternidad con el sentido del deber cumplido.
La vida, a pesar de la pandemia o gracias a ella, será lo que queramos que sea: infierno o paraíso. Y esta realidad, la construimos desde el interior de nuestra personalísima alma, ahí donde se ilumina la existencia.
El ocaso del año nos invita a la reflexión profunda, también nos convoca a recibir al tercer decenio del siglo, con un inquebrantable optimismo sustentado en la poderosa y combativa esperanza que todos poseemos en el centro de nuestros corazones.
Estimado lector, deseo que el año 2021, sea para usted y su familia un año colmado de salud, bienestar y bendiciones.