El todo es más que las partes
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No estoy seguro de que sea verdadera una anécdota relatada con un dejo de ironía. “Mientras el Titanic se hundía en la proa, en la popa una elegante concurrencia se deleitaba con la música que tocaba una estupenda orquesta”. La mejor interpretación, no de la música, sino de la conducta de los concurrentes podría ser que no se daban cuenta del hundimiento del barco en que viajaban, o que el barco era tan grande que no percibían la gradual inclinación y no se daban cuenta del peligro, o que la información que recibían era seleccionada para no crear caos, confusión, preocupaciones inoportunas, o una crisis incontrolable de un “sálvese quien pueda”.
Este es un claro ejemplo de un desequilibrio incongruente entre la mente y la conducta del humano, muy actual y muy antiguo, que decide conforme a que “la parte es más importante que el todo”. Tiene consecuencias trágicas para el todo que se desintegra y para cada una de sus partes. Todo conjunto con esa creencia convierte el todo en un campo de batalla de rivales. Así nacen los pensamientos y sus consecuencias: “los hijos son más importantes que la familia”, “el padre o la madre tienen más derechos que la familia”, “los gobernantes, los políticos, los intelectuales, los artistas, los maestros, los campesinos y agricultores (esto casi no se oye) son más importantes que la patria, el Estado, el bien común, la ecología junto con su tierra, su aire, su agua y su energía”.
Este desequilibrio de prioridades, entre el “todo”, el conjunto que genera, nutre y desarrolla la vida y sus individuos que viven de ella, genera en la actualidad un proceso de deterioro que corrompe cualquier sistema: la familia, la educación que se vuelve comercial, el sindicato y el partido político, la empresa, la organización y la administración pública. Esta prioridad individualista genera una rivalidad a veces hostil, a veces solapada, que diluye la confianza mutua, la colaboración desinteresada y construye silenciosamente las derrotas “desde adentro del organismo”.
Sin embargo los sistemas cósmicos, físicos y biológicos no son humanos .Están regulados por las leyes de la armonía y la colaboración como leyes prioritarias. No están sujetos a la miopía, a la ignorancia, a la codicia, a la rivalidad agresiva y a la ceguera autoimpuesta por un egocentrismo soberbio y explotador. La fraternidad tan venerada en cada familia tiene el reto de priorizar la armonía y el bien superior de la familia a la hostilidad, el prejuicio o la demanda egocéntrica de sus miembros.
El equilibrio que nutre a la familia y a todo organismo es condición fundamental para su desarrollo. Nuestra patria está avanzando gradualmente en esta dirección. Los miembros ignorados del sistema están siendo reconocidos, los egocéntricos y explotadores son denunciados. La ciudadanía está librándose de las disculpas. Sin embargo todavía hace falta reconocer aquello de que “la Patria es primero”. El camino es la reconstrucción de una fraternidad real que no es innata ni nace del vínculo de la sangre (eso la encierra), sino que es aprendida al entender que “el todo es más que la partes”.