El triunfalismo de AMLO en 3 mil 972 palabras
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Se trata de un discurso que contiene verdades a medias y que presenta solamente los datos ‘convenientes’
El presidente Andrés Manuel López Obrador festejó ayer el segundo aniversario de lo que su propio gobierno bautizó como el “triunfo histórico democrático del pueblo de México” pronunciando un discurso, ante unos cuántos invitados, desde el espacio que fue, en algún momento de la historia, el recinto parlamentario en Palacio Nacional.
López Obrador utilizó casi cuatro mil palabras para presentar el balance de lo que han sido los primeros 19 meses de su gobierno. La primera parte de dicho mensaje lo utilizó para exponer abundantes cifras relativas a los “ahorros” que ha logrado su administración merced a la austeridad, las inversiones en obras de infraestructura o los apoyos que hoy reciben 18 millones de hogares mexicanos a través de programas sociales.
A diferencia de otras ocasiones, el Presidente se concentró más en resaltar los hechos que en exponer los principios teóricos de su proyecto; puso más énfasis en lo concreto que en explicar por enésima ocasión lo abstracto.
No pudo –o no quiso–, sin embargo, evitar el tono rijoso y el lanzamiento de dardos envenenados en contra de sus adversarios preferidos: los “gobiernos neoliberales” y el “fraude electoral”.
De forma llamativa, sobre todo en un momento de la historia en la que se espera que los presidentes se abstengan de convertirse en actores electorales, el Presidente le dedicó 435 palabras –¡el 11 por ciento de su discurso!– al proceso electoral del año próximo.
Tomando de pretexto a Francisco I. Madero y usando frases de un discurso que en el contexto de 1910 era pertinente, pero que en nuestros días carece en absoluto de justificación, el Presidente afirmó que “todavía nos falta erradicar por completo el fraude electoral y convertir el apego a los principios democráticos en cimiento inamovible de nuestra cultura cívica”.
A partir de este señalamiento, López Obrador reiteró la posición, que ya había expresado hace algunos días, de que será un “vigilante” del proceso electoral mediante el cual se renovarán miles de cargos públicos en el País, entre ellos los 500 asientos de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.
Fue un discurso, en la forma, distinto al que suele pronunciar, pero en esencia igual a casi cualquier otro que hemos escuchado de cualquier presidente: una colección de datos que se resumen en el triunfalismo de afirmar que se ha hecho todo bien, que el País va mejor y en el cual se encuentra absolutamente ausente la autocrítica.
Se trata, igualmente, de un discurso que contiene verdades a medias y que presenta solamente los datos “convenientes”, aquellos que favorecen la visión oficial de que todo marcha sobre ruedas o que utiliza hechos como el de las remesas enviadas por los migrantes a México para realizar un salto lógico improbable: asegurar que eso es prueba de la recuperación económica.
Pero fue, al fin de cuentas, un discurso más “presidencial” y menos de candidato en eterna campaña. Esperemos a ver si el cambio de tono de ayer constituye un parteaguas en el discurso o si fue solamente una golondrina que, al final, no hará verano.