El vértigo de la música
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No conozco el nombre de los intérpretes de la primera grabación que escuché del Requiem de Mozart, ni los conocí en su tiempo. Llegó a mí en un casete, copia de no sé qué copia. En 1993, acceder al repertorio de manera inmediata y total aún no era posible, y hacer un “shazam” para identificar la grabación hubiera sido brujería. Por mucho tiempo tuve a aquella versión ignota como la mejor y la más deleitosa, o lo que es lo mismo, la única que había escuchado. Pensaba también que mis conocimientos sobre la música de Mozart eran superlativos. Tenía 12 años. Poco tiempo después sucedió algo terrible que revelaré a continuación.
Yo señalo, después de tantos años, a mis maestros, a unos cuantos amigos, y a mi hermana Dalia: los denuncio por violentar mi ignorancia y robarme la feliz soberbia de aquel que piensa que sabe. Ellos, atroces y descorazonados, me hicieron conocer que había cuantiosas versiones del Requiem de Mozart, que el prodigio salzburgués había compuesto seiscientos veintiséis opus en sus treinta y cinco años de vida, y que, por mucho, no era el compositor más prolífico de la historia. Perdí la inocencia: el momento de enfrentar el vértigo de la música había llegado.
Al principio se manifestó sutil. Encontraba alivio cuando me acercaba a algún melómano y conseguía una copia de cierto repertorio. Luego, gracias a un precoz inicio en la práctica redituable del oficio musical, pensé que mi bolsillo podría calmar el vértigo. Una vez más la ignorancia me dominaba. Mi cartera me daba para un álbum a la vez. ¡Uno nada más, y tenía que dejar cientos abandonados a su suerte! Salía feliz y abatido.
El gran vértigo se presentó cuando me di cuenta de que no hay billetera capaz de calmarlo. Hay demasiada música, tanta, que todos moriremos habiendo conocido una ínfima parte del firmamento sonoro. He ahí el deleite.
Brilliant Classics editó la obra completa (conservada) de Bach en ciento cincuenta y cinco CDs, para lo cual invertí, en suma, una semana de mi existencia. Pero escucharla no calmó mi vértigo por Bach, pues, ¿cuántas versiones de cada una de sus obras están disponibles? Solo sus cantatas conocidas superan las doscientas, están grabadas por Leonhardt, Harnoncourt, Gardiner, Rilling y Koopman; y habrá más, indudablemente. Es decir, Bach y sus múltiples interpretaciones constituyen un abismo que se incorpora, de manera fractal, a otro mayor.
Hoy, como nunca antes, nos enfrentamos a la hiperdisponibilidad del material musical. Las principales plataformas de streaming nos ofrecen, actualmente, alrededor de 40 millones de tracks. Tendríamos que vivir alrededor de trescientos años y no dormir desde el primer llanto hasta el último estertor para escucharlo todo. Pero en esos trescientos años la música se habría multiplicado dramáticamente, exagerando aún más la imposibilidad de la tarea. Por supuesto, habremos de ser selectivos, pero aún así estamos frente al abismo. Estamos rodeados de música, flotamos en la Galaxia Orfeo, y su enormidad produce vértigo; pero esa es la maravilla. De ser finitas las posibilidades musicales, la deliciosa ansiedad del descubrimiento se desvanecería para dar paso al tedio.
“My God, it’s full of stars!” exclama lleno de pasmo el astronauta David Bowman en “2001: A Space Odyssey”, obra maestra de Kubrick. Pues bien, yo soy un astronauta del cosmos sonoro, y no pasa mucho tiempo sin que mi pensamiento exclame: my God, it’s full of music!