En elogio del supermercado
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Los oaxaqueños tienen siete moles, pero no tenían ningún supermercado. Desde hace algunos años ya tienen Soriana, Gigante y Sam’s. La llegada de esas tiendas fue señal evidente de progreso: se construyeron en un sitio que antes era terreno de labor.
La gente tardó en acostumbrarse a comprar en el súper.
-Somos de ir al mercado -me dijo una señora.
Así éramos aquí también. En el Mercado Juárez se compraban todos los días la carne y las verduras. Había tiendas grandes, sí -la de don Amado Chapa, la de don José Udave, y luego las Bodegas Populares de don Jesús Berlanga-, pero el mercado seguía teniendo abundancia de marchantes, igual que los tiene ahora. No hace muchos años yo iba ahí todos los domingos a comprar la barbacoa para el almuerzo del domingo y un ramo de flores para mi mujer.
Gracias a los supermercados los oaxaqueños hicieron un descubrimiento extraordinario: las tortillas de harina. Se convirtieron en novedad ahora. Quizá no conquistarán del todo su paladar: delicias locales como los chapulines saben bien sólo en tortilla de maíz. Pero algo está llamado, sí, a quedarse: los cortes. Así se llaman las piezas de carne cortadas al modo americano: el rib eye, el T-bone, el sirloin... Allá, con perdón sea dicho, no tienen buena carne. El tasajo es manjar para gastrónomos, igual que la cecina, pero pare usted de contar. Otra cosa son el pollo, la gallina o el guajolote en mole. Ahí estamos hablando de comida para cardenales.
Yo pienso que los mercados -sean tianguis o sean supermercados- son un asomo del paraíso terrenal. Lo que sucede es que estamos tan acostumbrados a ellos que no nos damos cuenta ya de que son una maravilla. El maestro Carrasco, que fue por muchos años director de la Sinfónica de Nuevo León, me decía que vienen músicos de algunos países de esos que estaban antes -según se decía- “tras la Cortina de Hierro”. Van a un súper y se sienten en el Cielo caminando boquiabiertos entre los anaqueles llenos de coloridas frutas, verdes verduras, carnosas carnes y toda clase de géneros y mercancías abundantes.
Recuerdo aún los recuerdos de mi madre. Nos contaba cómo en tiempos de la Revolución iba, niña aún, a la estación del ferrocarril a recoger los granos de maíz que caían de la descarga de los trenes, para que su mamá, mi abuela Liberata, pudiera hacer unas pocas tortillas ese día. Con tales memorias de pasados tiempos ¿cómo no dar gracias al Señor por los supermercados? Agradezcámosle a Diosito lo que siempre le agradecemos: los crepúsculos y amaneceres, las flores, el mar, los niños... Pero no nos olvidemos de darle las gracias también por ese inadvertido milagro cotidiano que se llama el súper.