En este hospital no hay ni jeringas
COMPARTIR
TEMAS
Otra vez el Hospital General de Torreón, otra vez bebés fallecidos, otra vez el reclamo de falta de insumos, de personal insuficiente, de servicios deteriorados. A través de redes sociales, el presidente de la asociación Donadores Laguna, Javier Quintero, dijo haber sido notificado del deceso de cuatro recién nacidos en ese carenciado nosocomio. Todas las muertes, aseguraba, eran directamente atribuibles a la falta de medicamentos, banco de sangre y material básico; el Hospital General de Torreón, se sabe, ha operado siempre con poco y nada, y ello, según el activista, es una de las consecuencias más dramáticas de la megadeuda de Coahuila. Y es que no hay dinero ni para jeringas.
La versión oficial del caso (como en cada una de las ocasiones en que el Hospital General es señalado por anomalías) vino de voz del jefe de la Jurisdicción Sanitaria 6, César del Bosque. El médico señaló que los bebés fallecidos fueron tres: el primero el domingo 9 de junio. Se trató de un niño prematuro de 24 semanas que nació con un exiguo peso de 500 gramos y en un frágil estado de salud. La madre, una jovencita de 16 años, jamás acudió a consultas de control prenatal.
Los dos decesos restantes ocurrieron el martes 11 de junio. Por la mañana de ese día, falleció un pequeño de 38 semanas, cuya madre acudió con desprendimiento de placenta. Hacia la noche, un pequeñito que había nacido prematuro y que tenía cuarenta días hospitalizado, sucumbió por neumonía. En pocas palabras, según el funcionario médico, el frágil estado físico de los neonatos y las omisiones de sus madres explican los decesos, no la falta de insumos. Tal explicación es prácticamente la misma que se enarboló en 2016, cuando se reportaron niños fallecidos y enfermos a causa de una bacteria en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales.
Pensado, como los nosocomios de este tipo, para atender a la población de bajos recursos, el Hospital General de Torreón, desde su concepción como proyecto, ha atravesado un tortuoso camino. Su construcción se gestionó desde el ya lejano 2005 y en 2007 se anunció oficialmente el arranque de las obras. No obstante, por complicaciones presupuestarias, los trabajos iniciaron hasta 2010, con mucha intermitencia e incertidumbre, hasta que finalmente quedó inaugurado en 2015, con inversión de 420 millones de pesos y con capacidad para ofrecer servicio a 300 mil personas. Sin embargo, ya la cosa venía mal: aún sin cumplir un año en funciones, comenzaron a ser constantes los señalamientos de daños en la infraestructura, la falta de electricidad y de agua en los baños. Incluso, este nosocomio ha recibido recomendaciones de la Comisión de Derechos Humanos debido a sus carencias.
Y los primeros en señalar la insostenible situación han sido, lógicamente, los trabajadores, al punto de estar trabajando allí bajo protesta. Aún no cumplía dos años el hospital y sólo había un doctor en el área de urgencias, no había coordinador de ingresos, tampoco personal de informes y muy pocos trabajadores de limpieza.
Y los pacientes, por su parte, aún hoy siguen lamentando que el costo de los medicamentos y material de curación, recae en ellos. De su bolsa han tenido que poner jeringas, vendas, sueros, incluso papel de baño, jabón y gel antibacterial. El desabasto ha llegado a niveles inhumanos.
Este año, según se informó, el hospital recibió durante el primer trimestre una inyección de 3 millones de pesos para adquisición de medicamento. Afirman las autoridades que el abasto es del 50 por ciento y se espera llegar al 80 por ciento con el esquema de compras consolidadas del Gobierno Federal.
Sin embargo, las carencias, la insalubridad y la desgracia han sido la constante en la corta vida este nosocomio. Lo que en un inicio se planeó como un hospital de alta especialidad, se degradó con el tiempo a uno de segundo nivel; pero hoy por hoy, en términos prácticos, hay clínicas de zonas rurales que, comparativamente, prestan sus servicios con mayor dignidad. Este hospital está enfermo, y su situación es más que crítica.