¿ES VIABLE REDUCIR LA TASA DE INTERÉS?
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Hasta hoy la paridad peso-dólar permanece relativamente estable y sin sobresaltos drásticos, a pesar de las amenazas de Donald Trump respecto a imponer aranceles a productos importados de México y de la pendiente firma del nuevo Tratado de Libre Comercio (T-MEC); inclusive del entorno internacional –guerra comercial China-EU, conflicto por el traslado de petróleo en el estrecho de Ormuz en el Golfo Pérsico, reducido crecimiento económico mundial–; además de la “incertidumbre” interna respecto a las decisiones del Gobierno Federal.
El factor fundamental que induce una depreciación es la desconfianza en el rumbo de la macroeconomía y sus resultados, es decir la movilidad de capitales en función de la seguridad y certidumbre económica y política del país. Pero la apreciación de la moneda tiene más factores que la inducen: primero, confiabilidad para inversión extranjera directa o financiera; segundo, expectativa de largo plazo en cuanto a seguridad de rentabilidad, es decir grado aceptable de calificación de la deuda soberana de un país; y tercero, mejores tasas de interés pasivas –al ahorro– comparativas para obtener mejores beneficios financieros en el corto y mediano plazos.
Si de los años 2012 a 2018 la depreciación del peso respecto al dólar fue de 60%, en el presente año el desliz cambiario ha sido casi marginal, en rango de 18.60 a 19.40 pesos por dólar. Desde noviembre del año pasado la apreciación es alrededor del 7%, siendo el peso la moneda más fuerte del mundo en ese sentido de paridad. Pero el factor principal de apreciación del peso es la tasa de interés pasiva –al ahorro– que referencialmente es de 8.25% anual, la tercera más atractiva del mundo, después de Argentina con 58% –en severa crisis económica– y Turquía con 24% (en EU es de 2.5% anual).
Hay aspectos que eventualmente no generan confianza económica: subejercicio en gasto federal, superior al billón de pesos en el primer semestre de este año; según el IMSS, reducción en la generación de empleos formales nuevos en casi 90% de mayo del año pasado al mismo mes de este año; disminución de colocación de créditos bancarios en el primer semestre (aunque los bancos obtuvieron 42 mil millones de pesos de utilidades en el primer semestre, 7.8% más que el 2018, por elevadas tasas de interés crediticias y comisiones).
Según análisis de la banca comercial y del Banco de México, la economía mexicana está lejos de una recesión, porque la reducción del crecimiento está focalizada en algunas ramas, como construcción y automotriz, y se afirma que, en tanto fluya el gasto público, se dinamizará la economía real.
Otros factores positivos son: según la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales, a junio se incrementó el consumo en 2.7%, por incremento salarial de 16.2%; lo anterior no ha impactado negativamente el nivel inflacionario, que en mayo fue 3.8% anual, menos que el mismo mes del año pasado; además, a junio pasado se contabilizó superávit de 2.8% (3 mil 140 mdd) en el comercio exterior.
Además, la Comisión Federal de Electricidad anunció que en el primer semestre redujo sus pérdidas en 68% (52 mil 790 mil mdp) respecto al año pasado, por su parte Pemex informó sobre crecimiento sostenido en producción de petróleo y gasolina, datos favorables que revierten el deterioro de las dos empresas paraestatales.
Respecto al crecimiento económico de este año cifras van… cifras vienen, desde 1.3% hasta el raquítico 0.2%. Lo cierto es que hay factores que no abonan a la certidumbre, pero también otros que sí generan confianza para el crecimiento sostenible a partir de 2020.
Ya que es amplio el diferencial comparativo de rendimiento financiero en México respecto a otros países, es viable reducir paulatinamente las tasas de interés hasta 7%, de hoy a un año, para inducir inversión directa de capital, empleo y consumo. Observemos las señales del Banco de México.