Esa otra ‘Navidad’
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La queja es general y tan común que llega a volverse casi igual de molesta que el motivo mismo que originó dicha queja.
Pero es cierto: siendo la Navidad tan estridente, tan cursi, tan alejada de cualquier significado, ¿por qué el comercio busca embutírnosla con tres meses de anticipación, quedando todavía un puñado de fechas más que celebrar en el calendario?
Ya les conté en alguna ocasión de los amigos cuyo arbolito de Navidad superó el point of no return; es decir, permaneció montado con toda su parafernalia hasta bien pasada la mitad del año, por lo que la Navidad por venir estaba más próxima que la anterior para la cual fue originalmente colocado. Al menos la lógica dictaba que era más conveniente dejarlo allí y esperar a que estuviera nuevamente en sintonía con la época (cosa de no prenderlo en las noches veraniegas para que las aves migratorias no se volvieran locas pensando que llegaron por error al hemisferio sur).
Luego, aquel pinito que libró dos pascuas decembrinas le contaría a sus incrédulos congéneres cómo viven los humanos el resto de las celebraciones del año. Después todos los demás arbolitos querrían también vivir permanentemente en nuestros hogares para así experimentar todas las demás fiestas. Y ése es mi argumento para una película animada multimillonaria llamada sencillamente “Pinos” (de nada, Pixar).
En fin, que los centros comerciales están haciendo lo mismo que mis amigos, pero a la inversa, es decir, que están adelantando tanto la temporada de esferas, renos y santacloses que al cabo de unos cuantos años, la Navidad pasada será un evento más próximo en la línea del tiempo que la que se supone anuncia, que es la siguiente.
Así que las personas que nacieron con hipersensibilidad a lo chabacano, o aquéllas que con los años hemos desarrollado esta condición, tendremos que resignarnos a no poder ir al súper a comprar un litro de leche sin que la efigie rechoncha de Saint Nicholas nos recuerde desde la entrada que la conmemoración más extravagante, recargada y absurda del mundo occidental ahora nos ocupa ¡una cuarta parte del año!
Yo sé que hay desgracias peores en el mundo, pero sumarle ésta créame que muy poco nos favorece. Y por si no tuviésemos suficiente con una Navidad fuera de control y de toda regulación, tenemos otra celebración que amenaza con venirse prematuramente encima de todos y cada uno de nosotros: la celebración de los comicios.
Cual precoces eyaculadores, los precandidatos de uno y otro partido no pudieron contener sus ganas de dejarse ir y comenzaron a hacer promoción “disimulada” de sus “hermosas personas” sin importar cuán guajiros sean sus mojados sueños electorales.
Haciendo impúdica promoción de su imagen tenemos, en la esquina panucha, al alcalde de Saltillo, Isidro “Chilo” López, al torreonense Guillermo “Memo” Anaya y al senador Luis Fernando (“aquí va un apodo”) Salazar.
Mientras que por el tricolor le andan haciendo su luchita los diputados federales Jericó Abramo y Javier Guerrero, así como la senadora Hilda Flores (a ellos ya con llamarles priístas es suficiente epíteto).
Por su cuenta, o corriendo con la camiseta de “El Peje” que en Coahuila es casi lo mismo, tenemos a Armando “don Baldomero” Guadiana. Haciendo el oso sin necesidad de patrocinio Noé “el Ruletero” Garza. Hasta el Góber tiene a su delfín, al cual nos quiere meter hasta por… los ojos: Miguel Ángel “Kreutzberger” Riquelme. Ni son ni están todos lo que andan de calenturientos trepados en las sillitas voladoras, pero sí son lo que más dan la nota.
Algunos se promocionan so pretexto de rendir un informe que nadie les pidió y que ni su mamá agradece, otros bajo la excusa de que su imagen está publicitando otra cosa (ahora se sienten modelos); vale gorro, cualquier resquicio legaloide es bueno para birlar una ley de tiempos electorales estúpida y mal hecha.
Sucede que la libertad de expresión, consagrada en la Constitución ampara a todo ciudadano para externar su deseo e intención de contender por cualquier cargo y no hay ley por encima de la Carta Magna (se supone).
Una restricción bien entendida tendería a frenar la actividad proselitista únicamente de los funcionarios, para que éstos no corran con
ventaja al aprovecharse de su puesto, del que obtienen recursos y proyección; es decir, lo utilizan como trampolín.
Pero (acuérdese que estamos en México) se redactó una ley muy pendeja que intenta que nadie pueda externar su genuina aspiración electoral y deja, en cambio, abierta la puerta para que los zánganos funcionarios sigan promoviéndose de lo bello a expensas de un puesto que se supone es de servicio público y, por ende, a expensas de nuestros impuestos.
Personalmente creo que está muy bien que se pasen ese remedo de ley por el arco de las gónadas, valiéndose como han hecho de subterfugios que no son legalmente impugnables.
Sin embargo, si de mí dependiera, en lo que sí sería muy escrupuloso sería en auditar este gasto publicitario y, aún si fuese perfectamente verificable, tratándose de funcionarios en activo, les descontaría lo invertido en promoción prematura en la siguiente elección que decidieran contender. Es decir, recortar proporcionalmente sus gastos de campaña en razón de lo gastado anticipadamente.
Pero como no depende de mí, parece que ya nos chingamos y esta otra “Navidad” más chocarrera, siniestra y dispendiosa nos va a estar atosigando desde ahora y hasta que veamos nacer al nuevo redentor, ya sea por el PRI, por el PAN o por el PUP.
¡Me lleva Rodolfo el Reno!
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