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Nos acostumbramos fácilmente a las “etiquetas”, a distinguir a las personas de acuerdo a prejuicios y filias y fobias. A calificar, desde el nacimiento, o antes de él, incluso. Así, la ropa rosa es la ideal para las niñas; la azul para los niños y un ambiguo amarillo para aquellos que están por nacer de los cuales no se sabe aún el sexo.
En muchas sociedades las cosas han cambiado para bien, en inteligente apertura, sin embargo, prevalecen pensamientos machistas o feministas. De esta manera, por ejemplo, se encuentra muy arraigada la idea de que la fuerza es la que acompaña al hombre, y por ende, le corresponde la protección; en cambio, delicadeza y debilidad forman parte de la esencia fundamental, indisoluble, de la mujer. Ideas muy del Siglo 19, cuando las jóvenes victorianas de Inglaterra dormían con las manos amarradas al respaldo de la cama, buscando que se les vieran más blancas y, en consecuencia, delicadas.
Con el paso de los años y en distintas sociedades hemos visto cómo se han modificado reglamentos y leyes, pero en muchas mentes prevalecen de manera a veces implícita las ideas tradicionales que se niegan sistemáticamente a acoplarse a los cambios impuestos por los tiempos y por la misma sociedad.
Hay temas sociales en los cuales se insiste en utilizar los blancos y negros. Entre ellos, se encuentra el de acoso y agresión a los niños. Pese a ser prácticas que también ocurrieron en el pasado, han salido a la luz pública gracias a las denuncias de muchas personas valientes.
Las agresiones de maltrato o violación reciben ahora mucha más difusión. Y mientras más extensivo se haga ese conocimiento, mayores posibilidades habrá de combatirlas y de castigar a los culpables.
Pero en este punto regresamos a la reflexión inicial. Incluso en este combate, persisten las “etiquetas”. Anuncios propagandísticos que llaman a combatir el acoso o la agresión utilizan figuras como un padrastro y un maestro de Educación Física. Los casos que se ponen como ejemplo remiten a figuras masculinas como los agresores y a una niña como la víctima.
En la realidad, las situaciones pueden ser distintas y los papeles corresponder a cualquier miembro de la familia o persona cercana al círculo de esta. Si bien es cierto que en este tipo de agresiones se han visto involucrados los personajes del anuncio, la representación que se hace de ellos los generaliza, lo cual hace que se caiga en la falacia. Se estigmatizan figuras de autoridad que, en numerosos y honrosos casos, son lo contrario de lo que se señala en los anuncios. Por otro lado, también niños, no solamente niñas, sufren actualmente de acoso.
Generalizar siempre conduce al error.
En una sociedad como la actual, donde existe multiplicidad de familias, persiste para muchos el ideal de la familia nuclear, conformada por la madre, el padre y los hijos de ambos, aunque la existencia de padrastros o madrastras al frente de la familia va en aumento y es igualmente válida.
Etiquetar, estigmatiza, y no está bien, no es lo correcto. En las agresiones puede estar presente, por desgracia, en un momento dado, cualquier integrante de la familia. ¿Y por qué no pensar, incluso, en la posibilidad del niño o la niña, que, añorante del padre o la madre biológica, intente desprestigiar a quien ahora ocupa el lugar del ausente? ¡Cuidado!
Los anuncios, en este conocimiento, debieran diseñarse con inteligencia. Con la inteligente apertura y creatividad para hacer que el mensaje llegue de la mejor manera a los integrantes vulnerables de las familias, haciendo entender que cualquier agresión, de quien provenga, es agresión. Etiquetar, definitivamente, no es lo inteligente.