EU-Cuba: medio siglo de enemistad
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No es el embargo el único problema que enfrenta la sociedad cubana. La ausencia de un régimen democrático impide que sea un país libre
En diciembre de 2014, los presidentes de Estados Unidos y Cuba, Barack Obama y Raúl Castro, sostuvieron una primera conversación telefónica e iniciaron con ello el proceso de “deshielo” de una relación rota hace más de medio siglo. Quince meses después, el mandatario estadounidense realiza una histórica vista a la isla, convirtiéndose en el primer inquilino de la Casa Blanca en hacerlo durante casi un siglo.
Se trata, sin duda alguna, del esfuerzo más importante que se haya emprendido en más de medio siglo para normalizar las relaciones entre ambos países, esfuerzo que podría poner fin al embargo comercial que Cuba padece desde que Estados Unidos decidió tomar represalias comerciales, a partir de las expropiaciones realizadas por el gobierno de Fidel Castro, luego del triunfo de la Revolución.
No basta, vale la pena recordarlo, que un mandatario estadounidense pise suelo cubano para poner fin al bloqueo. Si bien el presidente Obama cuenta con poderes para aligerar las sanciones en contra de la isla caribeña, sólo el Congreso de los Estados Unidos tiene las facultades para levantar las medidas que impiden a los empresarios estadounidenses invertir y a los ciudadanos de ese país viajar a Cuba.
Pero mas allá de los poderes específicos con los que cuenta el Presidente de Estados Unidos, el simbolismo de su visita a La Habana tendrá, sin duda, un peso específico importante en el desenlace de esta historia.
“El embargo se va a terminar”, dijo ayer sin ambigüedades Barack Obama, aunque realizó una acotación importante: no puede arriesgar un pronóstico respecto de la fecha en la cual ocurrirá tal hecho.
Optimismo cauteloso el de un Presidente que ha tenido los arrestos para realizar la que, probablemente, pueda calificarse como la jugada política más audaz, para un ocupante de la Casa Blanca, desde que James Carter decidió, en 1977, devolver a Panamá la soberanía sobre el canal construido en su territorio.
Hace muchos años que el embargo a Cuba recibe consistentemente la condena del mundo democrático. Los estragos que en las posibilidades de desarrollo de la isla ha tenido esta acción unilateral de Estados Unidos han sido sobradamente documentados como para que el embargo pueda gozar de la simpatía colectiva.
No es el embargo, desde luego, el único problema que enfrenta la sociedad cubana para mejorar sus condiciones de vida. La ausencia de un régimen democrático representa, al mismo tiempo, un impedimento serio para que los cubanos pueda considerarse un pueblo realmente libre.
Paradójicamente, ambas realidades -el embargo y la ausencia de democracia- se sostienen mutuamente y, de alguna forma, se justifican. Remover cualquiera de las dos basta para que los millones de cubanos que han sobrevivido a la irracionalidad de ambas decisiones puedan acceder a la real posibilidad de decidir libremente su futuro.