Excélsior
COMPARTIR
TEMAS
En un mundo como el nuestro, en el que el poder envilece... es bueno que una voz interior nos recuerde que el poder conlleva responsabilidad
Netflix, la plataforma a la que ahora todo mundo es adicto con una avidez que hace palidecer la dependencia que tuvimos a la televisión analógica, no deja de hacerme recomendaciones para mi gusto extraviadas… demasiado.
No, Netflix, no importa cuántas veces las metas en mi lista de sugerencias, no pienso ver “Narcos”, ni la serie del Chapo, ni “El Señor de los Cielos”, ni “La Reina del Sur”, del Pacífico, del Caribe o del Mar de los Sargazos.
Por bien escritas y logradas que estén, no me interesa.
Y no se crea que es por una aversión a la violencia gráfica, o porque me crea que puedo eludir una realidad cerrando los ojos a una dramatización de la misma. Es simple y llanamente que me da flojera. La narco-cultura engloba muchas de las expresiones que abomino, como los alardes machistas, o el lujo sin refinamiento, o la música horrenda (por no mencionar el acento colombiano que me provoca ganas de aprender sueco y renegar para siempre del español, cada vez que lo escucho).
La glorificación o “glamourización” del crimen en las artes y el entretenimiento no es nueva ni tiene que dar como resultado un bodrio necesariamente. “El Padrino” es una de las más acabadas expresiones del arte fílmico y habla exactamente de eso, de mafias, venganzas, guerras delincuenciales y poder y violencia al margen de la ley.
Será que una parte de mí sigue siendo idealista, pero es que yo aún me conmuevo con la historia del héroe que hace lo correcto, ya sea porque fue éste su propósito desde un inicio, o bien, el que lo hizo a pesar de que iba en contra de sus creencias y todos sus objetivos (anti-héroe).
Y ello sólo puede significar que por muy cínico que me hayan vuelto los años, aún tengo fe en mí y en todos mis congéneres. O sea, no en todos, eso es obvio, pero la última esperanza es que al final las buenas acciones promedien más que nuestra vileza y desaciertos y tengamos una oportunidad de salvarnos y redimirnos.
El culpable de lo anterior no puede ser otro más que Stan Lee, probablemente, la mayor celebridad editorial del mundo, pues sus creaciones no sólo se consumen masivamente a una escala planetaria, sino que despiertan además un furor rabioso y una devoción casi religiosa.
Stan Lee, nacido Stanley Martin Lieber en 1922, es considerado la columna creativa que soporta todo el universo MARVEL, que abarca además de historietas y novelas gráficas, filmes, series, dibujos animados, videojuegos y un etcétera infinito en “merchandising”.
En una época en la que los comics y relatos de súper héroes cayeron en la abulia, presa del mismo agotamiento de su acartonada fórmula (semidioses invencibles que invariablemente salen airosos y triunfadores), la visión de Stan Lee inyectó vitalidad renovadora al género que parecía condenado a la desaparición.
Los héroes de su universo son poderosísimos como el que más, sí, pero su álter ego, su parte humana es tan frágil, atribulada y propensa a las pésimas decisiones como usted y como yo y como todo el mundo.
No es Spiderman, sino los conflictos de Parker lo que nos hace sentir empatía por el personaje.
Y si el mundo tuvo con Peter-Spidey al primer súper héroe adolescente (titular, no patiño), de su misma cuna nació el primer paladín alcohólico del género (Tony “Iron Man” Stark) así como el primer justiciero en mallas con discapacidad (Matt “Daredevil” Murdock) y la familia disfuncional que combate súper villanos (Los Cuatro Fantásticos).
Los personajes de MARVEL no sólo han tenido siempre vidas más ricas que sus contrapartes de D.C. sino, como ya dijimos, también una proclividad a equivocar el rumbo tan humanamente que por ello, al día de hoy, constituyen una industria de incalculable valor, mientras su principal competidor da palos de ciego sin atinar a discernir cuál es la receta, siendo que don Stan la concibió desde los años 60.
Y si bien es injusto e inequitativo que Lee reciba todo el crédito y la admiración, mientras que dibujantes, escritores y otros artistas permanecen más bien anónimos para el público “no versado” en novelas gráficas e historietas, lo cierto es que él con su enfoque humanista estuvo al mando en el momento crucial para la industria. Además, la fama sólo llama a unos
cuantos.
Una de mis contadas posesiones preciadas es el autógrafo de Stan Lee. Cuando fui a la firma de autógrafos mis ganas eran de decirle que los miércoles me quedaba sin almuerzo en la primaria para salir corriendo a comprar “El Hombre Araña”. Y que gracias al inquebrantable código moral de Peter y su más grande súper poder, la resiliencia, hoy soy la persona que soy.
Obviamente, no hubo oportunidad de decirle nada. Aunque al menos pude ver de cerca a mi héroe.
Creo que todos los que tuvimos un padre ausente necesitamos construir nuestro sistema de valores de algún lado y yo tuve la suerte de encontrarme a Parker.
En un mundo como el nuestro (sí, particularmente en uno como el nuestro) en el que el poder envilece a la gente y sólo es utilizado para el personal beneficio de unos pocos, es bueno que una voz interior nos recuerde que el poder conlleva responsabilidad. Y todos a quienes se nos implantó esa afortunada semilla en el corazón de chamacos, le damos las más encarecidas gracias a Stan Lee.
¡Excélsior!
petatiux@hotmail.com
facebook.com/enrique.abasolo