Falsos profetas de las buenas intenciones
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Gente que no quisiera insultar, pero que evidentemente no conecta el CPU con la lengua, celebra que se vete de las plataformas digitales y que la Secretaría de Gobernación ponga bajo la lupa a un rapero que se publicita bajo el nombre de Johnny Escutia.
Su seudónimo artístico es lo único que tiene de patriótico, ya que su propuesta lírica, así como todo el discurso de su álter ego escénico, es de una fuerte y muy violenta carga misógina.
Sus letras hablan de violación, feminicidio y subyugación de la mujer, todo desde el punto de vista del agresor.
Reproduciría algún segmento de sus letras para ilustrarle mejor, pero son rimas de una atrocidad muy gráfica e incómoda (¡y mire que ya para que sea yo el que se lo diga!).
No es desde luego “Juanito” Escutia el primer artista que se pone en plan salvaje a la hora de escribir la poesía que acompaña a sus acordes. El death metal, por ejemplo, discursa sobre todas las variantes en que un ser humano puede ultimar a otro (s). Y créame que hablo en serio cuando le digo que exploran todas, todas las posibilidades: (infanticidio, abuelicidio, sobrinicidio, cuñadicidio, etc., etc.).
¿Qué pasa? Pues que el death metal es un subgénero musical que escucha un grupo muy compacto y concreto de personas sin amigos (básicamente el .00000001 de la población), por lo que a nadie le importa lo que se grite desde una de las formas más crudas del rock ultrapesado.
Ah, pero una canción de rap y hip-hop seguro que tiene mayor difusión y “¡capaz que la escuchan mis hijos!”. Así que en vez de educarlos con criterio para que sepan distinguir la realidad de una ficción o de una expresión artística, mejor levanto firmas para que Spotify y YouTube veten para siempre al tal Johnny Escutia; total que hoy en día las empresas son sumamente complacientes con los grupos que claman por la corrección política. Así que lo más probable es que terminen por hacerme caso a mí y a todos los ofendidos con tal o cual expresión.
Yo me lamento cada vez que los grupos más mochos y conservadores (y que para colmo se sienten muy progres) se adjudican estas pírricas victorias.
Y no porque disfrute lo que canta ese Johnny Escutia o cualquier reguetonero. Es sólo que reprimir una expresión artística me parece muy grave, pero más terrible es que sea el propio clamor popular el que pugne y celebre la censura, pensando que así milita del lado de las causas justas.
Imagínese qué absurdo sería, por ejemplo, organizarse y levantar firmas para que Martin Scorsese deje de matar gente en sus películas, porque “promueven la violencia, los estereotipos y fomentan el odio hacia la comunidad italoamericana”.
Pues así de ridícula es la gente que busca taparle la boca a un cantante porque no le gusta lo que canta. Ni más, ni menos.
¡Ah, pero es que Scorsese es un artista, un creador, mientras que un cholo con los pantalones a media nalga y un micrófono no puede alcanzar dicho estatus!
¿En serio? Si su criterio es así de reduccionista, déjeme decirle que usted sólo vino al mundo a sufrir y a ser sufrido.
Resulta escalofriante lo fácil que personas, quizás bien intencionadas pero pésimamente enteradas, pueden apoyar la causa más extraviada (como la supresión del universal derecho a la libre expresión), por suponer desde su candidez que así contribuyen a la solución de un problema (en el caso de Johnny Escutia, “erradicar la violencia contra la mujer”).
Al final del día, ni reducen en nada la llamada violencia de género y sólo consiguen darle al artista en cuestión la notoriedad que busca; institucionalizan los obstáculos para la libre expresión de las ideas y contribuyen a crear un clima general de opresión y censura (¡gracias!).
Lo traslado al ámbito local. Ya ve que un grupo de gobernadores trasnochados entre los que se encuentra el apolíneo Miguel Riquelme de Coahuila, han formado un bloque para hacer frente a la Federación y exigir una mejor distribución de los recursos.
El discurso es la canción más sobada y vieja del mundo: “que aportamos como Entidad más de lo que recibimos”, que “estamos manteniendo al Centro y otros Estados que producen menos” y bla, bla, bla.
Estar en desacuerdo con el pacto fiscal es una amenaza vedada de romper el acuerdo que nos une como Nación. Algo que sólo un cavernícola apoyaría, por más que se repudie a la actual figura del ejecutivo nacional.
Pero los políticos marrulleros, sabedores de que siempre habrá quienes se enganchen con esta retórica de merolico de esquina (“la Federación nos está robando, hay que rectificar el pacto”) arman estos teatros para luego, en época electoral, utilizarlo de bandera política.
Hay cosas que son sagradas, como la libre expresión y el pacto que nos adhiere como Estados Unidos Mexicanos. Ni una ni otro son perfectos, pero son inviolables y aquellos que buscan hacerles componendas, son falsos profetas que no tienen ni idea de lo que hablan. Y de quienes se entusiasman con estas falacias, pues a lo mejor su intención es la mejor, pero como dijimos en un inicio, no conectan el CPU con el mouse.
Y menos un gobernador que clama por más recursos, siendo que en su propio estado y con su complicidad, dichos recursos se desviaron en un caudal inimaginable a los bancos y a los bolsillos de una mafia con nombres y apellidos.