Felicidades maestros oficiales y anónimos que enseñan cómo vivir
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¿Cuántos buenos maestros ha tenido usted a lo largo de su vida? Esta me parece una buena pregunta para estos tiempos de “confinamiento”, de ver en todas partes el consejo “quédate en tu casa”. Sin duda que el confinamiento tiene su dosis de aburrimiento, pero también una muy buena dosis de ocio y posibilidad de reflexión. Se suspenden las rutinas acostumbradas y surgen otras inesperadas, pospuestas.
En este contexto confinante y liberador, que incluye el “día del maestro” (sin almuerzo de barbacoa), regresar al pasado y buscar los “buenos maestros” que en han tocado nuestras jornadas que hemos recorrido, es una experiencia muy gratificante, tan nutriente que todavía recordamos: el encuentro, su mirada reposando en la mía, el gesto de su rostro adusto o sonriente o amable o inexpresivo, sus palabras nuevas, tan personales que llegaron a mi persona, a mi conciencia, a mi convicción y sin saberlo todavía, a mi corazón. Son frases que están vivas dentro de mí y que reviven de vez en cuando.
Son frases o palabras, o ejemplos que quedaron incrustados, indelebles dentro de mí, como el otro gran conjunto de experiencias que me sirven para leer la vida pasada, presente y futura que ha ido conmigo desde que nací y hasta que pase la puerta de mi tiempo.
Si vemos detenidamente el camino de nuestra educación, descubrimos una característica esencial: es personal, formativa (no sólo instructiva o in-formativa), gradual y evolutiva, de uno en uno. Las conductas, los hábitos, las reacciones emocionales, los procesos amorosos, las innumerables decisiones, trascendentes o triviales, circunstanciales o trascendentes (estás se descubren mucho después de que pasen los años), las convicciones personales, la confianza y la esperanza inquebrantable, la dirección de nuestro caminar o el cambio de rumbo… todo esto y mucho más fue educativo y es educador.
Son muchos personajes que nos educan y forjan y cambian las diferentes piezas de ese rompecabezas que se llama personalidad. Y todas esas personas con quien nos hemos cruzado en nuestro caminar han sido educadores nuestros, aunque no los llamemos oficialmente maestros.
La pregunta inicial, ¿cuántos buenos maestros ha tenido en su vida? Se puede responder con relativa facilidad. Se recorren rápidamente los salones de los diferentes niveles académicos en los que usted estuvo “confinado” y podrá enumerar a los o las que lo nutrieron de información académica muy valiosa.
Hoy podrá añadir otros maestros anónimos sin título profesional que lo educaron (y lo siguen educando). Pueden ser personas, comunidades, libros y medios que le enseñaron a leer y como vivir en ese texto que es la vida de cada quien y que cada uno de nosotros vamos leyendo y viviendo simultáneamente.
Todos esos maestros oficiales, personales, formadores, anónimos, no nos dieron recetas para ser felices, simplemente cultivaron nuestra mente y corazón para que pudiéramos vivir, disfrutar tanta belleza y bondad de nuestras jornadas, y poder contemplar y sufrir con fortaleza los vacíos, la incertidumbre y algo tan desquiciante como el coronavirus.
Felicidades a todos los maestros oficiales y anónimos que nos enseñaron a vivir.