Feminicidios, consecuencia de la crisis civilizatoria
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Por qué si hemos logrado reducir la brecha de desigualdad entre hombres y mujeres, si hemos conseguido avances significativos en la autonomía económica y sexual, si parece existir un consenso social de condena a la violencia sexista, si las administraciones de los tres niveles de gobierno desarrollan planes de igualdad, normas, protocolos y leyes contra la violencia de género, etc… Si todo esto es cierto, ¿cómo es posible que sigan existiendo la agresión, el maltrato y la violencia sexual de los hombres contra las mujeres que llegan en muchos casos al extremo de acabar con sus vidas?
La crisis de seguridad en México es innegable. Pero los datos revelan que este aumento de los asesinatos no ha sido homogéneo; no ha impactado a todas las mujeres –ni hombres– por igual. Hay variaciones importantes, particularmente cuando la edad y localidad de las víctimas se toman en cuenta. Más aún: ha habido un cambio dramático en el tipo de asesinatos que más afecta a las mujeres, en cuanto al lugar y al modo de ocurrencia se refiere. Los picos en la violencia que estamos viendo se deben, principalmente, al aumento desproporcionado de asesinatos cometidos en el espacio público en contra de jóvenes.
Pero la solución a esa violencia estructural, a tanta barbarie, es un cambio de paradigma social, económico, cultural y simbólico, es decir, un cambio radical de sociedad. Somos muchas y muchos los que buscamos vías alternativas al paradigma capitalista y patriarcal, y hacemos una apuesta por una ciudadanía en la que valores como la convivencia, la solidaridad y el apoyo mutuo rijan la vida en común. Esto supone establecer relaciones entre hombres y mujeres donde la violencia sexista no tenga cabida.
Lo cierto es que vivimos en una sociedad violenta, donde cada vez los mercados penetran en nuestras vidas a través de los medios masivos de comunicación; la violencia coercitiva crea un estado de malestar, en el que se dibuja nuestra existencia inmediata y que apunta a una brutal deshumanización de la sociedad, los procesos de violencia se diversifican y complican en forma particularmente complicada. Las políticas públicas se han diseñado más para paliar las consecuencias y corregir una violencia disfuncional que impulsar cambios a profundidad y actúa sobre sus causas. Un buen número de mujeres sigue sufriendo la violencia de género en sus cuerpos, reflejando así la miseria de una sociedad que, en su mayor parte, mira para otro lado.
La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), estima que en el año 2015, el 21 por ciento de los jóvenes latinoamericanos de entre 15 y 24 años caían en la categoría de “ninis”. La solución, dice, es educación, trabajo comunitario y un desarrollo de las policías de barrio. El Estudio destaca que, aunque las mujeres suponen sólo el 20 por ciento de todas las víctimas de homicidios, son la inmensa mayoría en los crímenes de pareja.
En el año 2017, un total de 464 mil personas a nivel global fueron víctimas de homicidios, más que todos los muertos en guerras en ese año, con Latinoamérica como la zona más peligrosa y con la desigualdad, el crimen organizado y el machismo entre las principales causas. Casi el 60 por ciento de las 87 mil mujeres que fueron asesinadas en 2017 en todo el mundo fueron víctimas de un crimen machista cometido por sus parejas, exparejas o familiares hombres, lo que hace que el hogar –insiste la ONU– sea “el lugar más peligroso” para ellas.
El Estudio Mundial sobre Homicidios de 2019, publicado en Viena (por OUNDD), alerta que el creciente número de jóvenes desemplead@s y socialmente desfavorecid@s está contribuyendo al aumento de los crímenes violentos, incluidos los homicidios en América Latina, debido a la combinación de muchos jóvenes sin perspectivas de triunfar en la vida y de bandas criminales dispuestas a reclutarlos.
En México, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) informa que en 2019 fueron asesinadas 2 mil 833 mujeres. Sin embargo, de acuerdo con datos del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF), sólo 726 casos (25.6 por ciento) son investigados como feminicidios y los otros 2 mil 107 asesinatos como homicidios dolosos.
No cabe duda que estamos ante un momento de crisis civilizatoria, ante todo, una crisis cualitativa que afecta las maneras y los usos de las prácticas cotidianas, los sentidos y las certezas. En la violencia del siglo 21 no sólo persisten las desigualdades y las restricciones a la libertad y autonomía de las mujeres, sino que se agudiza en el contexto de sociedad en que vivimos. Así, respondiendo a la lógica de inclusión y exclusión del propio sistema, las mujeres gozan de muy distintos niveles de autonomía, muy amplios para unas y muy reducidos o inexistentes para otras, lo que significa contar con distintas posibilidades y medios para enfrentarse a cualquier agresión.