Fiesta para la princesa
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Desentrañar el significado de una fiesta de XV años no debe suponer mayor problema.
Es obvio que se trata de otorgarle a la otrora niña un nuevo estatus en la sociedad, más emparentado con los roles de mujer que con los juegos de muñecas. Es una forma de anunciarle al mundo que la chica en cuestión ya está en edad casadera o, para decirlo como Joserra, que la cancha es reglamentaria.
Esto vendrá celebrándose desde el siglo 19, aunque diversos estudios -de esos estudios que nunca sabemos quién, dónde, cuándo o como para qué carajos se realizó- apuntan a que ya desde la era precolombina se hacía una ceremonia de iniciación equivalente. Se dice que los aztecas emplumaban a sus jóvenes debutantes hasta dejarlas como un Quetzalcóatl pop y las hacían luego bailar con jóvenes mancebos conocidos como xambelotzin o xambelótl.
Pero sería hasta el Segundo Imperio que se introdujeron los bailes de salón y los pomposos vestidos. También de entonces parece provenir la costumbre de empeñar hasta la camiseta con tal de procurarle a la puberta y a su madre “quinceañera planner” hasta el último capricho.
-¿Cómo que la niña no va a celebrar su fiesta en Chapultepec? ¿Acaso quieres que sea el hazmerreír de todas sus amigas, que se traume? ¡Lárgate y no regreses hasta que tengas una fecha en ese castillo!”.
Es fácil deducir también por qué si las fiestas de quiencearañas eran una estampa de lo más selecto, sofisticado y rancio de nuestra sociedad, derivaron a ser todo lo opuesto: lo más charro, chusco y chabacano de un país que no tiene empacho en colocar al Niño Dios en la vitrina de la loza que jamás se utiliza.
Era obvio que la pobreza iba a terminar por definir dichas fiestas y no me refiero a la pobreza económica si, como ya hemos dicho, un padre sería capaz de hipotecarle su alma al chamuco o al banco BBVA, que para el caso es lo mismo, con tal de ver sonreír a su “mostrilia”.
Es la pobreza cultural la que hizo célebres a los quinceaños como fiestas chocarreras, porque aun con presupuesto, una familia sin educación tomará pésimas decisiones respecto al salón, al banquete, al vestido, etcétera.
Sin embargo, la peor decisión de todas será siempre el empeñarse en organizar un pachangón de miedo, con chupe, trío, mariachi, el ballet “Lazer Galaxy” de chambelanes, mucho asado de puerco y torna fiesta con menudo, siendo que pudieron haber invertido ese dinero en la educación de su escuincla o ya de perdido en un viajecito a ver si se le ensanchaba un poquito el horizonte intelectual, pero no. En vez de eso tiene a sus tíos todos crudos y una seria proposición del Íker Antonio para ser novios.
Bien, nuestras finanzas estatales se parecen mucho a las de un padre proletario que jamás conoció de métodos anticonceptivos, lo cual, seamos honestos, no constituye ya ninguna maldita novedad.
Sabemos que el Estado quedó en ruinas porque hace un tiempo tuvimos un padrino muy sabroso, dicharachero y bailarín que llegó diciendo que todo era gratis, que iba por su cuenta, que nos iba a pagar hasta un postgrado en España -nomás que él se fue primero a ver qué tal estaba, pero desafortunadamente lo entambaron “por error”-, total que siempre no pagó nada, pero en cambio él salió chorreando billetes y colorín colorado, Coahuila quedó quebrado.
En una entidad como la nuestra, que tiene que pedir préstamos sobre préstamos para poder pagar su simple nómina, parecería una necedad realizar una fiesta suntuosa que no parece responder a ningún plan o estrategia o necesidad concreta.
Aun así, Papá Gobierno se aventó la puntada de organizar Brillos del Desierto, una pasarela para que estrellas del diseño de las joyas y accesorios pudieran mostrar al mundo sus últimas creaciones, teniendo como escenario las Dunas de Bilbao de Viesca, Coahuila, Pueblo Mágico M.R.
La logística, el gasto y brete de organizar un evento de moda para “la créme de la créme”, no se me estrese, corrió todo por cuenta de ese padre generoso que es el Gobierno Estatal.
Las crónicas señalan el evento como un éxito en el que convergieron el talento, la belleza y el misterio del desierto, la alta sociedad mexicana, mezclado todo con nuestra hermosa clase política comarcana.
Así que ya esperamos de un momento a otro que comience a caer el turismo y las inversiones. Cosa de ser pacientes. No coman ansias que todo esto es parte de un plan maestro.
Los triunfadores fueron sin duda los diseñadores mexicanos Eduardo Benítez, Cynthia Serrano, Óscar Figueroa y Víctor Sabido. Pero la que las crónicas señalan como la gran luminaria del evento, es la torreonense Marcela Riquelme, orgullo de su terruño, de su Estado y de su padre, el Gobernador del Estado.
Felicidades por tan original evento, por refrendar ese estilo monárquico de nuestra clase gobernante ranchera y por la fiesta que, aunque no fue de XV años, sirvió básicamente para lo mismo y cobra el mismo sentido o, mejor dicho, sinsentido.
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