Financiamiento a partidos
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Se quebranta el erario. El sistema de partidos políticos en México tiene mucho que ver con esta eterna miseria que vive el País. El dinero nunca alcanza para las cosas que importan. Nunca alcanza el gasto programado para educación, para cultura, para investigación científica o para cosas de primera especie, como el apoyo a campesinos, tratar de incentivar a los habitantes que aún están aferrados a hacer producir su tierra yerma. Nunca alcanza el dinero para prevenir eso llamado diabetes, cáncer y obesidad, los jinetes apocalípticos que arrastran al País en sus espaldas. No alcanza el dinero y no alcanza porque una gran tajada del presupuesto se lo llevan… los partidos políticos.
¿Debería de evitarse o cambiar el esquema de financiamiento a los partidos políticos en México?, soy de la idea de que sí. Se dice y se defiende que éstos deben de tener el financiamiento oficial para tener los gastos controlados y así las agrupaciones políticas no reciban dineros mal habidos. Puede ser que, en este esquema, un partido político se convierte o se ha convertido en México en una manera más de vivir a todo tren para familias enteras de políticos. Cifra récord: en este 2018, y ya liquidadas las campañas electorales, los nueve partidos políticos con registro a nivel nacional se llevaron la friolera de 12 mil 752 millones 451 mil 846 pesos. Como siempre el que más se llevó, debido a la votación anterior y el cómputo respectivo, fue el PRI de Enrique Peña Nieto y compañía. Este año recibieron como financiamiento 3 mil 133 millones, es decir, el 24.57 por ciento del presupuesto destinado. ¿Con este dinero, para qué trabajar? Y sí, cifras y dinero que tendrá Morena de AMLO el próximo año, ¡puf!, lo va a tener todo.
Cuando bramaban en su final las campañas para presidente de la República, el candidato que nunca levantó ánimo alguno, José Antonio Meade del PRI, y el mismo presidente Enrique Peña Nieto, daban cifras alegres con miras a recibir votos en la urna: en el sexenio se habrían creado 3.6 millones de empleos formales, con lo cual el País tenía una de las tasas más bajas de desempleo de la OCDE. Eso es en el papel, en el discurso. La realidad es diferente: 49 millones de mexicanos no pueden satisfacer sus necesidades básicas con los sueldos legales que reciben por su trabajo. La llamada “pobreza laboral” afecta a cuatro de cada 10 mexicanos. La traducción al cristiano es la siguiente: se trabaja mucho, se paga poco, muy poco, tan poco que no alcanza para lo básico. Y usted lo sabe, no hay una sola clase de pobreza en el País; hay varias clases de pobreza, las cuales desembocan en eso llamado pobreza o miseria total del mexicano en la cual estamos sumidos más de 54 millones de nacionales. Hay pobreza laboral, pobreza de servicios, pobreza educativa, pobreza alimentaria…
ESQUINA-BAJAN
En un informe reciente, el Banco de México ha dado las siguientes cifras: la productividad en México ha crecido 4 por ciento en el último lustro, mientras que los sueldos han caído en este mismo periodo 7.5 por ciento. Se trabaja más y se gana menos. Gana el empresario, los dueños, jamás un simple empleado. Sucede una cosa que a mi juicio se ha explorado poco o no con la suficiente profundidad: en aras de la seguridad y su obsesión, se ha transformado de cuajo y profundamente eso que llamamos democracia. Y con la democracia, la manera de ver y participar en la política. No se quiere dejar entrar dinero de los cárteles de la droga o de cualquier organización delictiva a la vida pública e instituciones políticas. Lo anterior ha modificado nuestra vida cotidiana a tal nivel que el posible presupuesto que debería destinarse a educación, cultura o planeación ordenada, se destina a partidos políticos que al final de cuentas poco aportan a la vida democrática.
En un texto esclarecedor, como todos los que salen de su pluma, Giorgio Agamben habla de la creciente “despolitización” de la ciudadanía. Lo hemos comprobado en estas recién terminadas elecciones: cientos, miles de anuncios en radio, televisión y redes sociales hartaron a todo mundo. Los ataques y filtraciones de audios y documentos fueron la tortilla cotidiana, no así un cierto proyecto de nación que ningún candidato tenía listo, ni tiene. El periodo tan largo de campañas obligó al hartazgo social y al final de cuentas, y como siempre, hubo mucho desdén en las urnas. Giorgio Agamben habla de la política como una actividad cotidiana y participativa que hasta hace poco se convirtió, o se limita, a un mero estatus jurídico, y el ejercicio de ir a votar se volvió algo tan parecido ya a una encuesta de opinión.
“Todos los seres hablan a su modo”, dice a la letra un verso de Boris A. Novak. Y este lenguaje en el cual todos debemos reconocernos está mutando. Imperceptiblemente todo muta debido a eso llamado “seguridad”, o inseguridad mejor escrito y dicho. Terminaron las campañas y no se puede decir que hayan sido un ejemplo de libertad y democracia en México, cuando hubo 144 candidatos y militantes asesinados en el País. El lenguaje está mutando y pocos o nadie hacen caso de ello. Hoy se habla de que por “razones de seguridad” se “blindan” elecciones, se asigna protección, se blindan autos de alcaldes (Sonia Villarreal, Piedras Negras), por “razones de seguridad” se cierran calles (libre tránsito contemplado en la Constitución)…
LETRAS MINÚSCULAS
Y lo anterior va a seguir, mientras 49 millones ganen apenas para mal vivir. Y sí, AMLO ya prometió dádivas cuando esté sentado en la silla del águila.