Guadalupe Reyes
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Desde 1326, los españoles de Extremadura ya veneraban a la Virgen de Guadalupe. Son ellos quienes llegan a nuestro País en 1519. Lo que pasó después de 1531 ya lo sabemos, “porque desde entonces para el mexicano ser guadalupano es algo esencial”. Y aunque en sentido acomodaticio non fecit taliter omni nationi, parte del salmo 147 que significa “no hizo nada semejante con otra nación”, nos vino como anillo al dedo porque no sólo nos lo creímos hasta le medula, sino que incluso nos vino muy bien.
Invocar significa hacer presente, llamar. Y eso es lo que posterior al siglo 18 hicieron los mexicanos, cuando se restituyó el diezmado culto que se le daba a la Guadalupana en la Ciudad de México por esos tiempos. Llamar insistentemente a la “Madre del Dios por quien se vive”, en sus penas, en sus desgracias, que por cierto han sido permanentes, ha sido el garante del mensaje que da a Juan Diego: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”
La presión de la Tonantzin –nuestra madre venerada– siempre estuvo presente y había un engaño mutuo entre las autoridades eclesiásticas y los pueblos originarios. Ellos danzaban, como lo siguen haciendo los matlachines hasta hoy, a la Madre Tierra, que era justo lo que representaba. Y autorizaron el “culto especial” que comenzaba a desarrollarse. Por eso la hiperdulía que es el recuadro en el que se coloca a la Guadalupana es inentendible, pero siempre aceptable. Ni más, ni menos, está a un lado de la tumba de San Pedro en Roma, en París, en Nueva York y por todas partes, por todo lo que significa para la cristiandad. Seguro la ha visto por todos lados a donde ha ido.
María de Guadalupe es el recuerdo presente y permanente en México y en el mundo de la adolescente de Nazareth que aceptó el proyecto de ser en Jesús la nueva Eva, la madre de los vivientes. Como Madre significa protección, ayuda, acompañamiento, auxilio, esperanza, amor, atención y cuidado, y es lo que los mexicanos y novohispanos en su momento encontraron en la imagen. No lo olviden, requerimos de signos, porque el signo significa y permanentemente vemos cada año el significado que Ella tiene para una buena parte de los mexicanos.
Aunque no es la pretensión de la Iglesia, supongo, Guadalupe no es ni puede ser un recurso que sirva como solución a las problemáticas económicas, mentales, corporales y hasta de salud que padecen los mexicanos, sino más bien debiera ser el signo del compromiso constante, hasta el extremo, de la joven de Galilea en el esclarecimiento del misterio procesal del proyecto de su(s) Hijo(s). Es la analogía de la mujer fuerte que aguanta el dolor hasta la exageración de ver a su hijo completamente vulnerable. Eso y más es Guadalupe.
Me sorprende el afán, la ignorancia y la trivialidad de quienes hablan de una temporada en la que involucran dos momentos importantes de la fe y los entrecruzan con los pseudovalores del libre mercado, porque en eso se han convertido estas fiestas. Una en globo, caramelo y afán de recaudación de limosnas a grande escala, donde el centro debiera ser la idea de fidelidad, libertad y solidaridad que manifiesta la presencia histórica de la Guadalupana y la otra, la rosca y el regalito obligado que cancela la Epifanía (manifestación) en la sencillez de un niño que se manifiesta al mundo.
Guadalupe-Reyes es el título trivial y banal con el que nos desviamos, de plano, de la idea fundamental de estos días. Es el tiempo del negocio, del derroche y del mercantilismo desmedido, solo eso. Probablemente quienes son los encargados de promover este tiempo, que tiene en el centro la fiesta del nacimiento de Jesús, no alcancen a entender la profundidad teológica que tienen estos momentos, porque siguen gestionando el negocio en contraposición con la reflexión que es propia de estos tiempos. Lo demás, es lo de menos.
fjesusb@tec.mx