Hablemos de Dios 14
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Por qué me metí en este berenjenal, en ese pantano sin salida que es hablar de Dios? Por un solo motivo: lo ando buscando. De hecho, todos los escritores lo estamos buscando desde siempre. No conozco poeta, narrador o ensayista pasado o contemporáneo que no lo deletree al menos alguna vez en sus textos. La siguiente es sólo una pequeña antología de cientos de citas, versos y letras sobre Dios. Voy a tratar de realizar un pequeño comentario y contextualizar a cada escritor citado para que usted trace una línea de tiempo. Es decir, los ubique en la historia y la geografía. Imagino usted a todos los conoce, pero vale la pena agregar siempre datos para no andar corriendo a buscar el diccionario de biografías respectivas. Luego le presentaré otra selección. Iniciamos y la presento como la he ido coleccionado. Como son vaya, mis lecturas.
César Vallejo (1892-1938), atormentado, quien murió de una extraña enfermedad, en el poema “Septiembre” no habla de la inexistencia de Dios, sino de su ausencia, que es muy diferente: “Sólo esa noche de septiembre, dulce,/ tuve a tus ojos de Magdalena, toda/ la distancia de Dios…” En otro poema se queja de lo que muchas de las ocasiones imagino usted se lamenta, aquello de que Dios juega a las dados con nosotros, tristes mortales. Escribe Vallejo: “¡Por qué se habrá vestido de suertero/ la voluntad de Dios¡” Suerte, azar, vacío, fatalidad, inexpresividad, la nada. De las decenas de poetas tristes, melancólicos y afligidos que han existido, la desesperanza en Vallejo lo hizo escribir los siguientes versos que erizan la piel. César Vallejo lo supo antes. Lo supo desde siempre, desde que escribió “Los Heraldos Negros”, en donde afirma que nació “un día/ que Dios estaba enfermo.”
“La casa es mi definición de Dios”, cuentan unos versos de la siempre angustiada y atribulada norteamericana, Emily Dickinson (1830-1886). Apenas vio publicados algunos textos en su vida. Escribía presa de un don divino o demoniaco, para el caso es lo mismo. Solitaria y misántropa, justificaba su vida en la tierra desde la soledad de las cuatro paredes de su habitación, su “Dios.” Uno está bien. Dos pueden ser multitud. Deletrea Dickinson: “Un alma con un huésped/ raro es que marche fuera,/ pues la divina multitud en casa/ anula tal deseo.” ¿Es un falso Dios al que nombra la poetisa entonces, con lo cual sacraliza un valor, un estamento profano? Nada menor lo anterior señores. Ya Plinio alertaba de que en Roma había más dioses que “quicios de puertas”.
Esquina-bajan
Y estas deidades, estos cientos de dioses que estaban en los cientos de quicios de puertas y en sus plazas y edificios, fue donde predicaba —usted lo sabe mejor que yo— Pablo el converso – el traidor, pues. Como judío era Saulo, el de Tarso—, es decir, Pablo predicaba en el famoso Areópago. En ese lugar de dioses y libertad, Pablo les habló del famoso “Dios desconocido”, les habló de Jesucristo. Lo demás es historia. Pero, ¿qué es lo que busca un poeta sino precisamente a ese dios desconocido? El cual no pocas veces creemos ver y lo mutamos en algo volitivo como lo es el amor con pechos, nalgas y muslos de mujer. Juan Ramón Jiménez (1881-1958) escribió: “¡Amor! ¡Amor! ¡Que abril se torna oscuro!” Sólo para recordarnos aquellos versos pastosos de T. S. Eliot (1888-1965) cuando deletrea “Abril es el mes más cruel…”
Abril ha llegado pues en el calendario y nuestra congoja es azul. Por ningún lado se adivina la primavera, menos el verano y su estación florida. Flores donde no pocas veces depositamos a Dios al crear semejantes portentos de la naturaleza. Jiménez, el laureado poeta ibérico, pensaba que hay un “Dios” diferente de niño a cuando eres ya adulto. Le creo. Lea usted el siguiente terceto: “Sólo y contigo, más grande,/ más solo que el dios que un día/ creíste dios cuando niño.” ¿Quién cambió: Dios o nosotros?
¿Es el mismo Dios, nosotros somos los mismos? Insisto, ¿Quién cambió: Dios o nosotros? Un poeta inglés del cual apenas tenemos datos, Philip Lowell, navegante y arponero, el cual lo mismo empuñaba la pluma que la ballesta, dejó los siguientes versos: “Se ha prohibido el salto del tigre de bengala sobre el aro de fuego/ ¿Podríamos prohibirle a Dios su llamado y vocación?/ Niños ayer, hoy son viejos carcomidos por la abulia y el desdoro./ El sinsentido de la vida. ¿Dónde está Dios?…”.
Letras minúsculas
¿Es el mismo Dios ayer que el de hoy?¿Dónde inicia lo sagrado, dónde lo profano? Por esto y no otra cosa, los poetas son santos.