Hablemos de Dios (18)
COMPARTIR
TEMAS
Va la segunda tanda de tres posibles sobre el maestro Jesucristo. ¿Fue o es el hombre más grande de todos los tiempos? Para los creyentes, no hay duda. Para los historiadores, su existencia ya es indudable. Hombre, no mito.
Aún hoy, a más de 2 mil años, su calvario entre los azotes de los romanos y su crucifixión en el Monte Calavera, sigue vigente. Tan vigente, que seguimos explorando su personalidad humana y divina. ¿Hay contradicción de por medio? Sí y no.
Desde hace algunos lustros ya nadie duda, nadie, de la existencia terrena de Jesucristo. Hasta el más escéptico lo ha aceptado. Varias huellas de su vida: cronistas, historiadores antiguos (clásicos, les dicen también) dan referencia de la vida terrena de alguien llamado Jesucristo, sus seguidores y su filosofía.
El cronista romano Suetonio (Circa 69-140 D.C.) en su “Vida de los doce Césares” dijo del Emperador Claudio: “Porque en Roma los judíos causaban perturbaciones continuas por instigación de Chrestus (Cristo), los echó de la ciudad”. Otro más, Tácito, en sus célebres “Anales”, dijo: “Aquel de quien los ‘cristianos’ tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato”. Las citas del judío Flavio Josefo son motivo de polémica, pero de que lo cita, lo cita.
¿Nos hubiésemos evitado todo este embrollo de entrada y de hecho, la posible tergiversación de su vida, drama y resurrección, de haber escrito el propio Jesucristo de puño y letra su biografía y episodios de sus andanzas?
Absolutamente sí. ¿Por qué no escribió? No lo sabemos. Nunca lo vamos a saber. Pero, ¿sabía escribir? El más grande y bendito ágrafo de todos los tiempos es Jesús, sin duda. El otro, todo mundo lo sabe, es Sócrates. En alguna clase de Teología con ese viejo sabio y gruñón, ese hombre de Dios con voz de trueno, don Antonio Usabiaga Guevara –siempre añorado, siempre recordado y, claro, cuánta falta le hace a Saltillo para equilibrar la ignorancia con sus siempre incendiarias homilías–, este alumno le preguntó si Jesucristo sabía leer y escribir…
Pregunta ingenua y nada menor, la cual don Antonio Usabiaga despachó con clase, erudición y datos los cuales, apenas adivinaba. ¿Jesucristo sabía leer y escribir? Sí. En el Evangelio de Juan, en el capítulo 8, versículos 5 al 11, específicamente en el episodio el cual se refiere a “la mujer adúltera”, se lee textual: “… Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo”. Más adelante, en otro verso se vuelve a leer: “Inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra”.
Esquina-bajan
Jesucristo escribía en la arena. Michel de Montaigne con plumas de ganso, Javier Marías en una Olympia Carrera de Luxe; el norteamericano Philip Roth, ahora lo hace en un ordenador personal y desde los años noventa del siglo pasado. Pero por mucho tiempo, toda su vida, antes de la llegada del artilugio electrónico, Roth escribía en una sólida máquina de escribir, la cual era como “un cañón, grande, negra, inamovible”, según nos cuenta la reportera Andrea Aguilar en una memorable entrevista.
De estos golpes de martillo, el autor de “Pastoral americana” cambió a una Olivetti portátil y por insistencia de sus amigos, dejaría tinta y papel y mudaría hábitos a un ordenador personal. Y el oficio de escritor, de este escritor llamado Philip Roth, narra la reportera en su agudo trabajo para el diario “El País”, no se entendería si no se hace referencia a una especie de “combate físico”. Roth trabajaba todo el día y durante años, lo hizo de pie. Aunque ahora, al tener problemas de espalda, lo hace la mitad del tiempo. Pues sí, Jesús evitó todo esto.
Los Evangelistas, a los cuales adjudicamos los textos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y posteriormente, el converso de Saulo, son nuestra principal fuente (la única autorizada, según el canon) de conocimiento para acercarnos a la vida, milagros y pasión de Jesús, primeramente llamado “el hijo de María”, luego “el hijo de David”, luego “el hijo de Dios”, luego, “el hijo del Hombre”, luego el mismísimo “Mesías”. Escudriñar en textos antiguos es escuchar las voces, proclamas, sermones, los ruidos y el martilleo de las teclas; el olor a tinta, en el caso de Montaigne y sus célebres ensayos. Y en el caso de Jesús, escuchar su pregón de fuego antes de morir clavado en un madero. ¿Por qué no dejó algo por escrito? Nunca lo sabremos.
Letras minúsculas
¿Ya notó los datos deletreados? Jesús era un amasijo de contradicciones, como todos los humanos. Era hijo de… hasta que asumió ser el Mesías. No se pierda el final