Hablemos de Dios 75
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Siempre me sucede y más cerrando año: todo mundo hacemos (hago) una recapitulación de lo realizado en este ciclo que los humanos medimos por tiempo, eso llamado un año. Y claro, cuando usted, estimado lector, me felicita por mis textos siento rejuvenecer y que sí estoy en el camino correcto. De repente, lector, cuando usted se preocupa por mi manera tan letal y arriesgada de practicar el periodismo y me dice: “Cuídese, Jesús. Oiga, pero ¿vale la pena hacer lo que usted hace? Dios lo va a cuidar”. Igual siento que una aureola divina me cuida y que no, nunca me va a pasar nada y nadie me va a afectar por parte de aquellos funcionarios o personas a los cuales, pues sí, les repatean mis señalamientos y mi forma muy personal de escribir, mi estilo. ¿Vale entonces la pena hacerlo, seguirlo haciendo, seguir escribiendo y denunciando a casi ciencia cierta de que no va a cambiar nada en este Coahuila y México podrido que habitamos?
Caray, no dudo en escribirlo ni un segundo, señor lector: sí, sí vale la pena. Qué le vamos hacer, es mi llamado. Como imagino es el llamado suyo al ser un buen ciudadano, no pasarse los altos, ayudar al menesteroso, dar un peso al señor que le recoge la basura, tratar con dignidad a un mesero. En fin. No tenemos dudas. Aunque hace poco y como siempre, empecé a recibir llamadas extrañas de números francamente inexistentes (han de ser pago por evento), como los siguientes: 8118000010/ 3315102019/ 7442175686/ 5535995702/ 5559234761/ 55411494407, por citar algunos y un largo, largo etcétera. ¿Me trataban de vender una silla, una tarjeta de crédito, un refrigerador, me hablan para reunirme y comer tlacoyos con AMLO en el metro Balderas? No lo sé, pero en dos de esos números me insultaron. Gente cobarde, pues. Por esto, no contesto número el cual no conozco.
No tengo dudas en seguir haciendo lo único que sé hacer: escribir. Como tampoco dudas tuvieron los 12 apóstoles, discípulos del maestro Jesucristo. Estos testigos de la grandeza del maestro, 11 de ellos (excepto Juan) murieron antes que negar o mentir sobre la vida, muerte, pasión y, claro, resurrección de Jesús. Si ellos no tuvieron una pizca de duda, cuando eran conducidos a la muerte, usted estimado lector, 2 mil años después y si es creyente, pues menos tenga miedo. ¿Vale la pena? Sí, y con su ejemplo el mundo puede cambiar. Los discípulos, los llamados apóstoles de Jesucristo, fueron enviados literalmente al matadero. Se los comieron los lobos. En Mateo 10:16 se lee: “Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos”. Pero, con su ejemplo creció y se afianzó una fe que al día de hoy, casi domina al mundo. Ahora bien, estos misioneros no dudaron en ofrecer su vida, ojo, lo más preciado y único, su vida en holocausto por lo que habían visto, oído, sentido y padecido con el hombre crucificado en el Monte de la Calavera.
ESQUINA-BAJAN
Los apóstoles fueron martirizados (11 de 12) por diseminar las enseñanzas radicales de Jesús. Fueron como usted, ellos fueron como usted hoy, si está usted en contra de la manera caciquil de gobernar del ya presidente Andrés Manuel López Obrador o bien, si usted opina a boca abierta de lo que no le gusta del estado de cosas que guarda la administración pública estatal. Avanzamos. El rey Herodes Agripa I ordenó la decapitación de Santiago, el Mayor. Mientras que Santiago, el Menor, fue asesinado a palos. Ambos son recordados diariamente en la Catedral Armenia de Santiago, en Jerusalén directamente, donde un altar señala el sitio donde, supuestamente, se encuentra la cabeza de Santiago, el Mayor.
Y digo supuestamente porque si usted hace un mínimo recuento de las reliquias de cada santo o protagonista de la Biblia, se encontrará que hay 14 fémures de las piernas de un santo, 98 costillas, 42 antebrazos de una santa, todas estas reliquias diseminadas en el mundo. Las Iglesias diciendo que sí, efectivamente son de San Francisco de Asís, Santa Hipólita o de Simón el Cananeo, a quien la Biblia lo designa como el Zelote o el Fanático. A éste, relatos posteriores lo ubican predicando en Persia, donde murió. Fue martirizado. Aquí va un somero recuento de atrocidades: Pedro, llamado en un principio Simón, fue crucificado. Andrés, crucificado. Jacobo fue muerto por espada. Felipe y Bartolomé fueron crucificados. Al médico Mateo lo mataron a espada. A Tadeo, lo flecharon. En fin, todo mundo murió de manera violenta. Pero lo que quiero llamar su atención, lector, es que murieron por sus ideas (fe). Sin ceder una pizca en lo que creían, en lo que predicaban: hubo un hombre excepcional, mitad humano, mitad divino, el Mesías, llamado Jesucristo y habitó aquí en la tierra, murió y luego resucitó.
De aquí que si usted cree debe de seguir (es obligación) el camino de los apóstoles, el camino de los testigos, el camino de los misioneros: predicar con su ejemplo. Sin ceder ni un paso atrás en su postura. ¿Cuál postura? Se pueden cambiar las cosas, se puede construir un mundo mejor, se puede educar bien a los hijos en el camino de la bondad y solidaridad; juntos podemos exigir que el gobierne estatal gobierne bien.
Todo es posible por lo siguiente: ¿sabe qué dijo Jesucristo a sus discípulos? “Ustedes son la luz del mundo”, Mateo 5:14. Créalo, usted es la luz de este Coahuila podrido, señor lector.
LETRAS MINÚSCULAS
¿Yo? Yo no voy a cambiar. Al final de cuentas sólo tengo una mínima armería a utilizar: 28 letras del alfabeto y los 10 dedos que Dios me dio en las manos. Sólo eso.