Hablemos de plano
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El plano de nuestra ciudad hecho por los señores Sánchez -don José Juan y don Francisco-, fechado en el año del Señor de 1878, es muy interesante. Muestra los edificios principales que aquí había: el Palacio Municipal, sede del Gobierno del Estado, pero patrimonio entonces de la ciudad; la Casa Municipal, que así se llamaba el recinto ocupado por el alcalde; el Ateneo Fuente, frente a la plaza de San Francisco; la Penitenciaría; la Plaza de Toros, y el Fortín de los Americanos, que, erigido en una de las lomas del sur de la ciudad, acabó por desaparecer. Menciona también ese plano “Los Reductos”, fortificaciones construidas durante la Intervención Francesa. De ellas, la más importante fue la que durante muchos años conocimos con el nombre de “Fortín de Carlota”, ya también desaparecido.
Nombra igualmente ese plano los templos que había en la ciudad, aunque solamente los pertenecientes a la religión católica: la iglesia parroquial de Santiago (o sea la Catedral); la capilla del Santo Cristo; la iglesia parroquial de San Esteban; San Juan Nepomuceno; las capillas del Calvario y de la Cruz, y un templo que ya no existe: el de La Purísima.
Varias fuentes públicas registra el plano de los Sánchez, así como la Caja de Agua Principal, lo mismo que una “Toma de Agua para las Huertas y Sembrados”. Baños públicos había en Saltillo que aparecen también en ese plano. Se ven en él dos “campos mortuorios”, el de “la Ciudad” y el “del Pueblo”. Los cementerios llevaban el nombre de los dos santos patronos: el de los españoles, Santiago, y el de los tlaxcaltecas, San Esteban.
Diversas plazas y plazuelas ponen en su plano los cartógrafos. Algunas ya no existen, y otras habrán mudado el nombre: Plaza de San Juan; Plaza de Guadalupe; Plaza de Siller; Plaza de Tlaxcala... Dos alamedas se registran: la Nueva y la Vieja. Aparecen marcados cuatro puentes: de Bolívar, de Castelar, de Zaragoza y Puente Viejo. Sabemos por ese plano de la existencia de un “Paso de Cabras”.
Todavía en el plano de don José Juan y don Francisco aparece nuestra ciudad nombrada como “el Saltillo”. Y muy bien se aprecia en él, por la precisión y los detalles del dibujo -obra seguramente de Francisco, que fue un consumado dibujante-, que la parte poniente de la ciudad estaba profusamente llena de árboles, marcados en el plano con pequeños puntos, en tanto que la parte oriental se ve desnuda de ellos. Eso se explica porque los tlaxcaltecas, que eran muy trabajadores, vivían al poniente, y en la parte de oriente habitaban los hombres venidos de Europa, que a diferencia de otros deben haber sido noblemente güevones, si me es permitido ese expresivo término.
He dicho que todas esas arboledas, las frondosas huertas de San Lorenzo y las demás que en la parte occidental de Saltillo se veían, fueron obra de la laboriosa paciencia de los tlaxcaltecas. Ellos no dejaron sin cubrir de rica vegetación, ya de huertos, ya de hortalizas, ya de extensos plantíos de maguey, ni un palmo de los terrenos que les repartió don Francisco de Urdiñola cuando con ellos vino en 1591. De las huertas formadas por nuestros ancestros indígenas salían aquellas ricas piscas de perones y membrillos, lamentablemente idos también ya, pero que fueron durante muchos años el sabrosísimo emblema frutícola de la ciudad.