Hasta que algo explote
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La hojarasca del otoño aún se mezcla con los restos de las celebraciones decembrinas.
Los recientes vendavales aun arrastran follaje marchito y trozos de papel periódico que dudosamente se leyó, pero que inequívocamente se utilizó como materia prima en la manufactura de petardos, a los que en lo subsecuente llamaremos “cuetes” para distinguirlos de los misiles desarrollados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Ni modo que lo de “quedar como el cuetero (si queda mal te chiflan, si queda bien también)” aplique para Von Braun.
¿Qué pasa?
Pues nada, que como cada saturnalia, en fechas pasadas se distribuyó, comercializó y detonó cualquier cantidad de cuetes (algunos inexorablemente se cebaron, pero eso es siempre inevitable).
Lo que no deja de llamarme la atención es que estas mercancías están requeteprohibidas desde… desde… Creo que desde que era yo chamaco, aunque uno pudiera entender que hace tres décadas (¡está bien, cuatro décadas, chingado!) las autoridades fueran más relajadas.
Pero hoy en día, se supone que estas autoridades tienen más vigilancia de nuestra parte y nos rinden por consiguiente mejores cuentas (¡qué pinche ingenuo soy a veces, me cae!).
Pues nada, que todo es letra muerta. Hay hasta una Feria del Cuete que, año con año, puntualmente se instala para abastecer las ansias de pirómano y dinamitero de chicos y grandes. ¡Y hasta tienen el descaro de publicitarse los muy hideputas!
¡No hasta la Sedena tiene retenes en cada carretera para buscar armas y explosivos!
¿Qué la autoridad local no nos reitera cada año que bajo ningún motivo se venderán palomas, cañoncitos, chifladores, buscapiés, cebollitas ni luces de bengala?
Creo que la tal Feria del Cuete hasta tiene página de Féisbuc, ya si la autoridad no impide su venta es porque de plano no hay voluntad para ello. Y esto puede deberse a un fenómeno de “corrupción en corto” (que los vendedores sobornen a las autoridades locales para que se hagan de la vista gorda y toleren su vendimia anual), o a una cadena de complicidades a gran escala, en la que el Gobierno Federal se hace soberanamente el occiso porque hay comunidades, pueblos enteros, que viven de esta industria y es mejor no meterse con estos usos y costumbres porque no hay alternativas de modus vivendi para ofrecerles.
O una mezcla de ambas, faltaba más.
¿Qué se necesita para que la autoridad haga o al menos haga como que hace?
Ooooobviamente (como dice mi hermano cuando ya anda pedo-elocuente), se necesita que la tragedia suceda, ocurra, acaezca, pase, se suscite, acontezca.
Un incendio de respetables proporciones o la pérdida de algunas vidas (si se trata de niños cuánto mejor) es como Viagra para nuestros gobiernos y autoridades, pues sólo así se ponen duros (o semiduros).
Ya usté sabe: declaraciones huecas, operativos en marcha, cero tolerancia, “ahora sí va en serio”. Puro taparle el ojo al macho en tanto se nos olvida la desgracia o los muertitos se enfrían.
Hablo de cuetes porque, como le digo, todavía no terminamos de barrer los de la pasada Navidad y Año Nuevo. Pero podría estarme refiriendo a cualquier actividad presuntamente regulada, sobre la que ciudadanos y autoridad tienen un tácito acuerdo para hacerse mutuamente pendejos (que se nos da muy bien), ventas clandestinas, prácticas irregulares, asentamientos en zonas peligrosas. Usted nómbrelo.
Ya le digo, pueden pasar décadas sin que tengamos novedad, pero un buen día (esto es por supuesto retórico, lo cierto es que hablamos de un día muy, muy malo) algo explota, algo se lo lleva la crecida, algo lo sepulta el deslave, alguien se envenena, se electrocuta o se muere ALV (“¡adiós a la vida!”).
Entonces, invariablemente, no sólo vemos la reacción de las referidas y pertinentes autoridades que hasta un momento antes dormían plácidamente la mona. Sino que además pasa que desde antes estaban muy al tanto del problema, de su origen y posibles consecuencias; de los peligros que entrañaba y de sus alcances; de sus responsables y de que se operaba al margen de la Ley.
Ahora que estamos aún tratando de entender la tragedia recién ocurrida en Torreón (que nos horroriza por la edad del perpetrador), salen a relucir todos sus antecedentes familiares en los que hay posesión de armas, una red de lavado de dinero, presumibles decesos por homicidio y hasta posibles narcotraficantes ¡con todo y su narcocorrido!
¿Es que nuestras autoridades son tan, pero tan chingonas que en apenas unas horas lograron reunir una carpeta –impresionante de lo detallada– sobre todas las actividades irregulares en que estaría involucrada la familia del niño homicida?
No lo creo. Mi suspicacia, la experiencia y la intuición me dice –me grita más bien– que, como venimos recordando, la autoridad siempre sabe, siempre, con antelación, pero nunca se hace nada. Nunca… hasta que algo explota.
petatiux@hotmail.com
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