Héctor Suárez, el hombre que le hizo a México la pregunta incómoda
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Hace tres décadas, Héctor Suárez le lanzó a México un reto de introspección social formulado en forma de pregunta: ¿Qué nos pasa?
Por supuesto, para que fuese tomado en serio, el actor hizo este planteamiento en clave humorística y lo colgó de la cuestionable plataforma –aunque por aquellos días, la única de alcances realmente masivos en el País–, Televisa.
El programa tenía notables valores agregados que lo hicieron rápidamente la aspirina televisiva semanal de los mexicanos, como que podía convocar prácticamente a cualquier personalidad como invitado (sin importar estatus, experiencia o que perteneciera estrictamente al ámbito actoral, nadie se negaba a participar en la emisión); el trabajo de maquillaje y caracterizaciones (el uso de prótesis faciales era algo poco visto en los deplorables estándares que prevalecieron en la tv. nacional hasta su virtual extinción); y por supuesto el don del señor Suárez para personificarse y esa aparente facilidad para hacer reír a millones.
El programa no tardó en caer en clichés repetitivos, la pontificación y otros recursos facilones. Y la pregunta ¿qué nos pasa?, sobra mencionarlo, quedó sin responder y es hasta la fecha una duda que martiriza.
Pero –¡hey!– era sólo un programa de televisión. Si alguien estaba esperando respuestas o soluciones de la caja idiota, creo que le estaba haciendo honor a tal designación.
La televisión abierta era, cuando bien nos iba, entretenida y don Héctor la hacía superlativamente divertida. Ahora que, siendo un profesional con un enorme sentido de la responsabilidad social, dejó su impronta en la forma de aquel cuestionamiento, que no era para que le encontrásemos una respuesta inequívoca, absoluta y axiomática.
¡No! Era para que cada uno de nosotros se la contestase en el único espacio donde podemos ser absolutamente sinceros: nuestro fuero interno. Reflexionar sobre nuestros vicios y disposición a la corrupción, si son culturales, estructurales, genéticos… pero reflexionar. Él sólo nos daba algunas pistas aleatorias, en forma de retratos cómicos de personajes estrambóticos, pero innegablemente sustraídos de la fauna urbana:
Un político corrupto, un empleado negligente, un inadaptado totalmente enajenado, un vándalo sin mayor motivación que el mero afán destructivo, un comerciante logrón, una matriarca empeñada en perpetuar un código de valores obsoleto, un ciudadano transa cualquiera… la cantidad que usted me diga y del color que usted prefiera, todos los personajes fueron encarnados por don Héctor con una versatilidad que sólo se le conoció a Peter Sellers y un arduo trabajo de caracterización comparable sólo con los mejores logros de Eddie Murphy.
Bueno, y si la emisión era novedosa, divertida pero sobre todo exitosa, lo que significaba carretadas de dinero para la empresa televisora, ¿por qué diablos fue cancelada en el apogeo del furor que desató (tomando en cuenta que Televisa no se caracterizó jamás por descansar sus mejores ideas, sino por explotarlas hasta el agotamiento). ¿Por qué?
La respuesta sólo puede encontrarse en el amasiato que siempre prevaleció entre el viejo régimen priista y su máquina de propaganda/enajenación, la empresa que, para infortunio de don Héctor pero para regocijo de las masas, fue propietaria del programa.
Cultivó don Héctor una fama de persona difícil y seguramente lo era. Pero ser difícil en un medio en el que prevalecen los valores sobreentendidos, los arreglos en lo oscurito y la más abismal ausencia de ética, habla en todo caso maravillas de ese profesional con el que es imposible colaborar, porque sencillamente no embona en un engranaje viciado.
Así que más duraban los promocionales de un nuevo proyecto de don Héctor que sus días al aire. Imagino por ello que fue más feliz en el cine y en el teatro, donde pudo quizás tener un poco más (sólo un poco) de control sobre la calidad del producto y los contenidos.
La época de “¿Qué Nos Pasa?” fue ya la etapa madura de una carrera consagrada desde muy temprano, en un periodo no obstante difícil para el cine nacional; pero principalmente sobre el escenario teatral, aplicando las enseñanzas de Carlos Ancira y de Marcel Marceau, por mencionar tan sólo a dos manantiales de los que tuvo la suerte de abrevar.
“El Mil Usos” fue otro parteaguas en su carrera, no por el éxito de taquilla que significó, sino por el fenómeno social en que se convirtió al poner sobre la mesa la gravedad del tema migratorio, al interior del País y luego, con su secuela, hacia Estados Unidos.
La última vez que lo vi en la pantalla grande fue por cierto en una película malísima de 2012, en la que don Héctor hacía el personaje de soporte, nunca mejor dicho porque sobre sus espaldas soportaba todo ese bodrio infumable y lo llevaba a algún parte. Lo digo con honestidad, su actuación fue lo único que disfruté y pagó mi boleto con holgura.
Sin embargo, era quizás su calidad civil lo que nos fascinaba de don Héctor casi tanto como sus dotes escénicas.
Mire que salir a regañarnos por todas nuestras flaquezas y debilidades, no se le tolera a cualquier mequetrefe, pero su impecable ética le daban autoridad sobrada y ya las risas nos habían pagado todo por adelantado.
¡No sabe, don Héctor, cómo lo va a echar de menos su querido México! Tan sobrado de youtuberos y tan escaso de talentos; anegado de estrellitas, pero muy corto de gente trabajadora; asfixiado de oradores, pero muy necesitado de personas con algo que decir. Un país rebosante de mexicanos, pero muy contados ciudadanos íntegros.