Honremos la palabra
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Coloquialmente decimos “oye, pareces político”, haciendo una referencia a la práctica ordinaria del uso de la palabra de quienes forman parte de la clase política. Y es que se lo han ganado a pulso. Evidentemente el incumplimiento de la palabra no ésta supeditado a la dimensión política del ser humano, porque por todos lados se cuecen habas, sin embargo es más notorio. El problema es que se volvió costumbre en muchos ambientes de nuestro país la irresponsabilidad ante el uso de la palabra dada.
Tomás de Aquino se caracterizó siempre en la orden de los dominicos por ser un hombre de una sola pieza. Parte de la parafernalia de su virtud, es el evento que pasó con un compañero suyo que en una ocasión entró a su celda gritando: ¡Tomás acabó de ver un buey volando! Rápidamente Tomás salió a ver el cielo para buscar el animal que volaba. Su compañero se puso a reír y le preguntó ¿Cómo es posible que creas que un buey puede volar? El Aquinate le respondió ¿Por qué no amigo mío? Preferiría creer que un buey volaba a que un amigo mío me mentía. En un país como el nuestro muchos seguimos esperando que las personas honren su palabra. Sin embargo, las palabras se las lleva el viento.
Durante mucho tiempo la moneda de cambio entre las personas era la palabra, se tenía respeto por ella. Bastaba decir para creer. No se requería más que la misma, y se decía “fulano de tal es una persona de palabra”. Las palabras, en la sociedad actual, como en un extracto de la Guerra del Peloponeso de Tucídides, comenzaron a tener otro valor y eso generó el desorden que dio fin a la democracia.
En 1762 apareció la obra de Juan Jacobo Rousseau llamada El Contrato Social de Rousseau buscando ofrecer un remedio al incumplimiento que por naturaleza posee el ser humano. El estado de inocencia en el que el hombre nace y la perversión al tiempo de la que es objeto, requiere de acuerdos y de convenios que le garanticen vivir en armonía. Por eso el Contrato es un garante del equilibrio social. Ante la ambición, la codicia y la irresponsabilidad de muchos se requería ya no honrar la palabra, sino afirmar y firmar un contrato. El hombre dejo de creer en el hombre.
El tema no es nuevo, Platón decía en el libro de La República que la justicia era un pacto entre egoístas racionales. Para Hobbes en El Leviatán, un poco antes que Rousseau, la idea del pacto social, porque no era suficiente la palabra, lo representaba el Estado, que viene a ser el establecimiento de un orden artificial. Y cuando quienes conforman el Estado violan acuerdos y no tienen respeto por la palabra porque no ésta en su naturaleza, el resultado son las sociedades divididas y desagarradas donde no hay orden y donde prevalece la ley de la selva. Por tanto, honrar la ley realza a las instituciones, pero honrar la palabra enaltece a las personas.
Como Usted recordará, ha habido gobernantes a los que no les ha bastado el tema de representar al Estado, que hasta notario público, es decir, que hasta la Ley, han puesto como testigos para que les crean. El problema es que una buena parte de la población duda como Descartes, por método. Y es que la burra no era arisca, la hicieron los palos. ¿A quién en el servicio público no recuerdan que se ha ido de la lengua cuando ha sido candidato? Llega el tiempo de ser autoridad y pareciera ser que aparece una amnesia que se convierte en una enfermedad intratable.
La autoridad que se dice ser democrática se desgasta, aparece el doble discurso y se les olvida que deben de ser los primeros, antes que nadie en la sociedad, que deben cumplir lo que dicen. ¿Se acuerda de algún político que nos haya prometido algo y no lo haya cumplido? ¿Recuerda a algún servidor público que haya dicho algo y luego se haya echado hacia atrás? Dicen que “para atrás, ni para tomar vuelo”, pero a muchos de ellos les viene mejor el dicho aquel que dice que “el prometer no empobrece”.
El mal uso de la palabra en materia política se llama demagogia y tiene que ver con la manipulación de los auditorios a través de falacias, apelando a los sentimientos o la ignorancia; por eso justamente Aristóteles a la democracia le llamaba en el libro La Política, el mal gobierno de muchos. Quedemos claros, la prudencia es la virtud aristotélica por excelencia, es la búsqueda del justo medio cuando hablamos y cuando actuamos. Hablar de más es una imprudencia, no hablar es una omisión. Por eso es importante el uso adecuado de la palabra.
¿Si alguien piensa que la palabra no es importante, entonces porque es el vehículo que utilizamos para comunicarnos? Pensar de esta forma nos hace infra-valorarlas. Por eso, es importante que todos cuando las usemos pensemos bien lo que decimos. Ni más, ni menos, sobre todo cuando se es padre de familia, líder de un grupo o comunidad, empresario o servidor público.
Por eso, hay que cuidar lo que se dice y como se dice. Que los políticos dejen de prometer es imposible, pero sería importante que cuidaran lo que dicen, pero sobre todo que honraran su palabra, porque honrar la palabra es honrarnos a nosotros mismos. Las consecuencias de hablar por hablar o de decir cosas que no se van a cumplir son la desilusión, la incredulidad, la desconfianza y el desgaste de la palabra misma y de la persona que la emite.
Luego, es fundamental que se cuide lo que se dice porque dependiendo también del rol que se juega en la sociedad, de este tamaño también es el impacto. En ese sentido, no es lo mismo que hable el alcalde, el gobernador, el diputado, el presidente de la República, un empresario connotado o una persona de a pie.
Recuerden, el pez por su boca muere, eso lo debería de tener muy en claro todo aquel que ocupa un puesto de responsabilidad en la sociedad. Por supuesto, más los servidores públicos que traen el micrófono de diario. Ojalá que el presidente electo en el futuro inmediato, deje de pensar que sigue siendo oposición y candidato. Que no solo elija bien sus palabras, sino que busque honrarlas y sobre todo, que cumpla lo que ha prometido. Honremos la palabra, porque si no acabaremos deshonrados.