Hoy como entonces, aquí como allá
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Si el azar o el destino, el esfuerzo propio o las influencias, le llegan a colocar en el Poder Judicial, quizás renunciar a tan privilegiado cargo no sea la jugada más inteligente que pueda hacer en su vida. A menos que…
Entiendo que pertenecer al Poder Judicial le coloca en automático en la cúspide de la pirámide alimenticia. Prácticamente no existen depredadores por encima de un magistrado (no digamos un ministro) y le apuesto que esa gente no sufre como simple mortal, seguro que jamás se queda sin datos para navegar.
Son, dentro de la función pública, la creme de la creme, porque son cargos que exigen y otorgan mucha dignidad, a diferencia del Poder Ejecutivo o Legislativo, cuyos representantes hacen cualquier ridículo ante los votantes, con tal de resultar electos, desde bailar como botargas hasta prometer disparates.
Los funcionarios de elección popular sí llegan con el decoro muy raspado, en cambio un juez, ¡qué diferencia! Súmele todo lo que hemos visto en las pelis de juicios y abogados (court dramas o legal dramas que dicen los gringos): el juez de la corte siempre es un primer actor, alguien de carácter (mi favorito es Fred Gwynne en “My Cousin Vinny”).
¡Y las pelucas! ¿Por qué no usan pelucas como los británicos? Pero al menos la toga sí distingue a nuestros impartidores de justicia, son cómodas y el negro nunca pasa de moda.
Tienen la investidura, tienen el “pagüer”, tienen la autoridad y tienen los datos celulares. Pertenecen al 0.0000000000001 por ciento más sobresaliente de la población (nadie nos dice “Su Señoría” a los comunicólogos, ¿verdad?).
¿Quién y cómo por qué habría de renunciar a todo ello, estando en plenitud de funciones y teniendo todavía el cargo asegurado por 11 años más?
Pues eso fue exactamente lo que hizo el (ahora ex) ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Eduardo Medina Mora.
Bueno, en su caso sí parecen ser muy claras las razones por las cuales de repente decidió que se sentía mal y que “¡fíjense que siempre no los voy a poder acompañar todo el rato!”.
-¿¡Pero cómo así!?
-¡Pos así!
Luego ya nos enteramos que sobre su exseñoría recaen sospechas de corrupción que hacen ver a doña Chayo Robles como piadosa dama del patronato para la construcción del Templo del Santo Niño de los Elotes con Crema.
Sin exagerar, se dice que la cloaca que este ministro de la SCJN ocultaba debajo del faldón de su toga podría ser el mayor escándalo de corrupción de los años recientes de nuestro País. ¡Chulada!
Ahora, toda proporción guardada y sin ninguna relación con el caso anterior, la Presidenta del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Coahuila, Miriam Cárdenas Cantú, anunció su prematura separación del cargo que desempeña.
¿Por qué Cárdenas Cantú anuncia –o al menos admite– su jubilación temprana quedándole apenas un año para ello y varios asuntos pendientes de zanjarse? Es una magnífica pregunta, pero no me la formule a mí.
Pero sucede además que estas dos renuncias tendrían a las respectivas contrapartes en el Ejecutivo (el Presidente, Andrés Manuel López, y el Gobernador coahuilense, Miguel Riquelme) saboreándose desde ya sendas posiciones en el Poder Judicial, relamiéndose los bigotes y frotándose las manos.
Se especula que AMLO tendría la ocasión perfecta para colocar a alguien de toda su confianza en el lugar que deja vacante Medina Mora: una pieza estratégica al servicio de la 4T dentro del Poder Judicial. Pero no lo haría, ¿verdad?, porque… estaría mal hecho y se debe respetar la autonomía de los tres poderes, ¿verdad?
En Coahuila en cambio ya hasta tienen identificado por nombre y apellido al suplente para la magistrada Cárdenas Cantú y es dicho presunto sucesor, para sorpresa de nadie, persona muy allegada al Ejecutivo Estatal, Miguel Riquelme.
Y es justo aquí a donde quería llegar, ¡carajo! Tenemos a un Gobierno que se presumía nuevo y reformador (el de AMLO) y un régimen dinosáurico como es el del PRI en Coahuila, lo cierto es que hoy como entonces y aquí como allá, los gobernantes no pueden ni quieren ni pretenden soltar los hilos del poder para algún buen día dejar de ejercer dicho poder de la manera arcaica y absolutista de siempre. ¡No!
En ambos casos –independientemente de las circunstancias o las razones por las que los cambios se diesen– el Ejecutivo buscará constreñir a sus contrapartes, atrofiando, como lo ha sido históricamente, el desarrollo de la democracia y la madurez en la vida pública y las instituciones.
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