Indignación, estupor, zozobra: los sentimientos entremezclados
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Hoy amanecemos en medio del estupor. Ayer lo hicimos envueltos en la indignación. El sentimiento de ayer era más fácil de manejar porque nos hemos acostumbrado a repartir culpas
El ánimo social está crispado; el ambiente se encuentra enrarecido; la animosidad colectiva a flor de piel. El caldo de cultivo perfecto para que las personas, lejos de encontrar puntos de entendimiento, nos enfrasquemos en discusiones estériles.
Eso es lo que ha ocurrido en las últimas horas, a propósito de la discusión colectiva desatada por la ola de violencia que afecta a la población femenina de nuestro País: nos hemos volcado a expresar puntos de vista que pretenden zanjar la discusión antes de identificar las causas del problema y eso nos ha dividido.
Existen, sin embargo, amplias coincidencias. La más importante es que a todos horroriza el que un ser humano –sin importar su sexo, nacionalidad, edad o condición social– sea privado de la vida en forma violenta. Sólo quienes han perdido su condición de seres humanos pueden permanecer indiferentes ante la tragedia que implica el que una vida humana sea cercenada.
Pero no estamos de acuerdo en las causas. Y, sobre todo, no estamos de acuerdo en que pueda considerársenos corresponsables de esta realidad que se traduce en la pérdida de decenas, cientos, miles de vidas humanas. No estamos de acuerdo en que nuestra conducta personal –guiada por la buena fe– pueda estar relacionada con esta realidad atroz.
Pero ese es el espejo en el que estamos obligados a vernos. Esa es la imagen ante la cual debemos pasar revista y hacer una evaluación que nos permita averiguar, al margen de los sentimientos de culpa, cómo podemos contribuir a revertir las cifras funestas de la violencia.
Hoy amanecemos en medio del estupor. Ayer lo hicimos envueltos en la indignación. El sentimiento de ayer era más fácil de manejar porque nos hemos acostumbrado a repartir culpas. El de hoy es mucho más complejo porque nos obliga a cuestionarnos a nosotros mismos.
Ayer resultaba mucho más sencillo tomar posición: se trataba tan sólo de señalar con el índice y culpar a quien o quienes habían sido capaces de deshumanizarse al grado de cobrar la vida de una menor de apenas cinco meses.
Hoy no es tan fácil, porque los nuevos datos que nos han proporcionado las autoridades nos fuerzan a pensar que la realidad es mucho más compleja, que la ruta para la toma de decisiones no es lineal y que las respuestas que buscamos no son tan simples.
Paradójicamente, los hechos siguen siendo los mismos: el cuerpo sin vida de la menor Karol Nahomi, de apenas cinco meses, fue arrojado en un lote baldío por otro ser humano –sin importar quien haya sido o la relación que tuviera con ella– y tal acto es uno que no refleja humanidad.
¿Cómo ha ocurrido eso en nuestro entorno cercano y cómo hemos contribuido –por acción o por omisión– para que eso ocurriera? Esa es la pregunta que todos debemos hacernos y la respuesta que encontremos debe estar orientada a lograr un sólo propósito: que no vuelva a ocurrir.
Si somos capaces de contribuir al logro de este propósito, habremos superado la prueba a la cual nos ha enfrentado el destino.