Ineptocracia
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¿Qué tan lejos estamos de sufrir una ineptocracia? Quizá ya estamos metidos en ella. O peor. Posiblemente nos vamos a meter más y más hondo para jamás llegar a ser primer mundo.
Antes de morir a los 92 años, el filósofo y escritor francés Jean d’Ormesson, inventó y nos heredó la palabra “ineptocracia”. No describe una forma de gobierno, sino todo un sistema acelerado hacia el colapso. Nótese la circularidad de la descripción. Los impreparados eligen a otros impreparados. Los errores se multiplican en vez de corregirse.
Dice d’Ormesson: “Es el sistema de gobierno en el que los menos preparados para gobernar son elegidos por los menos preparados para producir, y los menos preparados para procurarse su sustento son regalados con bienes y servicios pagados con los impuestos confiscatorios sobre el trabajo y riqueza de unos productores en número descendente, y todo ello promovido por una izquierda populista y demagoga que predica teorías, que sabe que han fracasado allí donde se han aplicado, a unas personas que sabe que son idiotas”.
Estamos frente a un proceso que tiende a acelerarse a sí mismo. Gobernar con ignorancia va a generar más ignorantes. El proceso de Venezuela se aceleró cuando empresarios salieron a la llegada de Chávez. Las medidas de Chávez en vez de atraerlos, alejaron a más empresarios. Se cerró así el círculo vicioso.
Con inflación de millones por ciento, los venezolanos aún no pueden escapar la fuerza centrípeta de su ineptocracia. Hoy estoy leyendo cómo al huir de Venezuela una empresa de cartón, deja sin empaque a otra de jabones. Luego, la falta de actividad se traduce en falta de seguridad. Una máquina que se roben puede destruir una línea de producción. Un problema menor derrumba todo el sistema.
Hubo otra distinguida autora norteamericana que abordaba este problema de sistemas que se enciclan hacia la autodestrucción. En La rebelión de Atlas, de Ayn Rand, de origen ruso, también detectó la falla sistémica del comunismo-socialismo:
“Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no con bienes, sino con favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no le protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada”.
Los gobiernos deben ser para un país, lo que el cerebro es para una persona. El cerebro permite cambiar conductas para lograr adaptación al entorno y además, nos ahorra gastar energía muscular.
Sin embargo, en la ineptocracia no hay adaptación, ni hay innovación. Ambas son exigencias característica de la era de la hiperconexión. Hay actividad frenética que gasta energía inútilmente; y además provocan el desperdicio en otros. Pensemos en cien mil toneladas de varilla y doscientas mil de concreto ya usadas en Texcoco. Pensemos en elecciones anuladas en Nuevo León.
En México, desgraciadamente el arte de gobernar sigue atado a Maquiavelo, otro autor de gran renombre, cuyos consejos sobre el uso del poder se siguen aplicando como dogmas. Nuestra clase política, sigue creyendo que gobernar es mandar, aunque nadie obedezca y aunque nunca lleguemos al supuesto destino prometido en campaña.
Gobernar es encontrar los puntos de palanca de un sistema para que con inteligencia se accionen éstos y todo el sistema retome el rumbo. La palabra ineptocracia trata de concientizarnos de ello. Poner incentivos en los puntos equivocados puede hacer que todo el sistema tome el rumbo equivocado y se acelere hacia el colapso.
javierlivas@prodigy.net.mx