Infierno y paraíso
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El infierno existe señor lector. Está aquí y es ahora: hoy. El paraíso existe señor lector. Está aquí y es ahora: hoy. No hay tregua ni descanso alguno. Esta maldita pandemia y peste bíblica no ofrece reposo cual ninguno. Nos está poniendo a prueba a todos. Sea usted creyente o no. Sea usted un hombre de fe o no. De hecho, los últimos días han sido más mortales y fieros que nunca. Al momento de redactar estas notas las cuales mando para su edición en las generosas páginas de VANGUARDIA, nos acercamos volando a la friolera de más 150 mil muertes (oficiales) por el COVID-19: una plaga. Una maldición. Todas las muertes duelen por igual, pero aquí en el vecindario duelen y nos punzan en el lado moridor del cuerpo, el lado izquierdo, las muertes de aquellas personas que nos son cercanas.
Fue el caso, el infausto caso de la señorita Daniela Saucedo, hija de mi amigo y compañero de los medios de comunicación, el fotógrafo Marco Saucedo. De apenas treinta años y luego de dar a luz a un bebé, murió por complicaciones del maldito bacilo chino. Deja en orfandad a tres hijos. Una tragedia y dolor sin fin. Una historia más, una más de cientos y miles de ellas, las cuales ya pueblan nuestra vida cotidiana. Éramos felices y no lo sabíamos. Nuestro pueblo, nuestra sociedad mexicana toda cerrada y ensimismada sobre su nariz y agolpada por siempre a las puertas de la Iglesia una gran porción, mientras que otra gran masa entretenida en la dilapidación del tiempo y de su dinero (poco o mucho, es intrascendente), vio trastocada su “normalidad” y modificó a tal nivel su vida sobre la tierra, que una gran porción de mexicanos… están enloqueciendo.
Las estadísticas son de miedo y espanto: el eterno confinamiento ha llevado a un deterioro de nuestra vida mental de manera brutal, en picada y sin señal o viso alguno de que esto se modifique pronto. Las estadísticas y datos fríos son los siguientes y usted los conoce: más del 20 por ciento de niños y adolescentes a nivel global, ya tienen problemas y padecimientos severos en su salud mental, advierte la OMS. Algo impensable hace pocos años.
¿Qué hacer? Una sola cosa: buscar el paraíso aquí en la tierra. Muchos, hartos lectores me han comentado de mis constantes arengas de ello y a ello: aferrarse a vivir. Con manos, patas, corazón, pensamiento, razón, uñas y dientes, pero seguir aquí en la tierra. ¿Usted juega cartas, dominó o algún juego de mesa? Entonces usted lo sabe: no cuenta tener las mejores cartas, sino lo bien que usted las utilice para su juego y claro, al final ganar.
Ya olvídese usted del paraíso en el otro mundo. O del infierno. Ambos existen y eso es lo que está pasando aquí en la tierra. Y claro, trate de no retar al bacilo chino, pero también, trate de hacer lo mejor posible su vida cotidiana. Es decir, aquello que nos enseñaron nuestros padres: sentido común, vida diaria con sentido común. Desgraciadamente con Internet y las redes lo cual todo lo pudren, se ha extinguido el sentido común. Ya no hay inteligencia personal, hay “Google maps” y “celulares inteligentes” (lo que eso signifique).
Esquina-bajan
Le voy a decir algunos consejos sabios que me enseñaron mis padres desde niño, muy niño: cuando cruces la calle, fíjate hacia ambos lados de la calle, aunque la calle sea sólo de un sentido para los vehículos. Cuando bajes de un autobús, hazlo cuando el armatoste esté completamente detenido y estacionado. Nunca a media calle ni avenida. Siempre en la parada oficial. Camina y sobre todo de noche, por calles transitadas e iluminadas. Cuando camines, hazlo por el arroyo de la calle. No cerca de los postigos ni puertas: te pueden jalar de un golpe y meterte a una casa y jamás vas a salir. Nunca le des a un taxista tu dirección exacta. Siempre baja dos o tres cuadras antes y camina. Nunca cruces corriendo avenidas harto transitadas, usa los puentes. ¿No hay puente cerca? Busca el más próximo, aunque te tardes caminando. Nunca le tomes a desconocido comida o bebida alguna. Menos cuando haces viajes de una ciudad a otra. Nunca viajes con…
Podría darle más recomendaciones de este tipo, cosas de sentido común para deletrear por varias páginas más señor lector. No es el caso. Yo sigo practicándolas día con día. En parte de esto baso mi tesis de que por eso sigo vivo. Tanto andar de vago me ha servido para comprobar que sí funcionan las anteriores enseñanzas de sentido común de mis padres. El anterior liminar sirve para platicar una tragedia: el pasado viernes 8 de enero, dos jóvenes hermanos, Alonso Lara (21 años) y Daniela Lara (23 años) fueron atropellados (machucados, decíamos antes. Cosa bien dicha, por cierto) por un automóvil en el Boulevard Carranza, en la zona universitaria.
No fueron mordidos por el bicho ambos jóvenes, pero él está grave, desgraciadamente. Ella convalece de sus serias lesiones, pero fuera de peligro. El automovilista que los machucó alega que los peatones se atravesaron de manera “imprudente.” Es decir, no usaron los puentes disponibles o los semáforos que marcan la luz verde para cruzar avenidas. En cristiano: los jóvenes no tuvieron eso llamado sentido común. Una tragedia.
Quien va a dictaminar al respecto es un juez y los investigadores. Pero, cuando no es el maldito bicho, es la falta de tacto, inteligencia y sentido común. Pero, dentro de este mar de oscura tempestad, le tengo una buena noticia señor lector: ya no hay ataúdes ni para usted ni para mí ni para nadie más. Eso lo dijo Roberto García de la Asociación de Directores de Funerarias (ANDF). No hay ni habrá ataúdes.
Letras minúsculas
Por lo anterior, quédese querido lector, viva y de preferencia, ¡a toda madre!