Innovación tecnológica, desigualdad social y desequilibrio económico
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El británico Adam Smith (1723-1790) afirmó que la economía basa su funcionamiento en egoísmo, avaricia y ambición, pecados individuales que se convierten en virtudes colectivas, porque la competencia potencializa capacidades de las personas, quienes por obtener más y más beneficios de capital generan empleo, productos de calidad a precio aceptable y en tiempo y forma en el mercado.
Fundamentalmente las empresas y negocios compiten en: reducción del tiempo de producción y distribución, y calidad de las mercancías; no sobre ofertar el mercado; no menos importante la reducción de costos para precios competitivos. Estas condiciones de competitividad las lleva a cabo, de manera más o menos intensiva, la fuerza de trabajo que transforma la materia e integra las partes al manipular y controlar la tecnología instalada.
En el ambiente de competencia salvaje del capitalismo actual generalmente es complicada la reducción de costos en materias primas, productos incorporados y depreciación de maquinaria y equipo, a no ser que se atente contra la calidad o se modifique el diseño para un nuevo modelo del producto. La reducción de costos es fundamentalmente en disminución del volumen salarial, con estrategias de reducción de mano de obra y optimización de su uso y resultados productivos y de eficiencia.
En este ámbito de competencia los ajustes y reajustes laborales son uno de los objetivos de la innovación tecnológica tanto en los procesos como en las mercancías, más aún con cadenas globales de producción en las que, según la Organización Mundial del Trabajo, están involucrados 453 millones de trabajadores.
La reforma laboral 2012-2013 en México apuntó a la competencia en mercados internacionales: flexibilización en contratación laboral (temporal, por horas diarias o semanales, teletrabajo o con plataformas, por unidades o por tareas); subcontratación (out sourcing); y facilidades de liquidación (dicha reforma facilitaría los contratos privados permitidos por la reforma energética). Si bien el trabajo informal se redujo de 62% a 57%, se incrementó el número de personas que obtienen de uno a tres salarios mínimos (70%).
Pero automatización, robotización e inteligencia artificial amenazan con desplazamiento de fuerza de trabajo (y el trabajo restante se torna intensivo en aplicación y atención intelectual). Según los investigadores Minian y Martínez de la UNAM, en nuestro País el riesgo de sustitución es de 63% del empleo total (en manufacturas 64.5%), Unión Europea de 54%, Estados Unidos de 47%, China e India 77 y 69% respectivamente. Este riesgo será más para trabajadores menos calificados y se crearán puestos de trabajo más especializados, pero las nuevas contrataciones serán proporcionalmente menores a los despidos.
La ciencia al servicio del capital. Desde mediados del siglo pasado el desarrollo tecnológico ha puesto al mundo laboral en escenarios de vulnerabilidad de los derechos laborales: empleo, protección social individual y familiar, salario digno y mejores condiciones de trabajo. Esto implica graves desequilibrios sociales, migración masiva en el mundo y populismos nacionalistas y discriminativos de derecha, como en Estados Unidos, Europa y ahora Brasil.
La Comisión Económica para América Latina de la ONU afirma que “los mercados (laborales) por sí mismos no pueden administrar el complejo ajuste relacionado con los cambios tecnológicos y las políticas e instituciones proactivas del gobierno son fundamentales para apoyar dichos procesos”.
Pero el problema se extiende a la acumulación de capital global, porque al reducir empleo y salarios se disminuye la demanda agregada, se debilita el mercado mismo, y las expectativas de ganancias se tornan negativas, es decir se contrae el crecimiento económico en los países y en las regiones del mundo (México 2.2% promedio y 3.3% en el mundo).
Toda oferta genera su demanda, afirmó del economista francés Jean-Baptiste Say (1767-1832), pero esto no coincide con los efectos contradictorios de la economía. El destino alcanzó a la humanidad y la realidad muestra que más bien resultaron ciertos los análisis del filósofo alemán Karl Marx (1818-1883): las relaciones estructurales capital-trabajo provocan desequilibrios económicos y desigualdades sociales, estas relaciones sociales de producción son la base de la economía capitalista, no sólo el intercambio oferta-demanda y el aparente mercado laboral.