Juego de flores y palabras
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Luto mundial: Notre Dame
Brotaron sus minúsculos pétalos amarillos. Florecillas que de una enredadera aparecieron en el cierre del invierno y el inicio de la primavera. El color del sol. El resplandeciente amarillo que fascinó a Van Gogh: brillos que se acentúan con el choque de los rayos.
La profusión de flores que pinta estampas entrañables. Buganvilias en todas sus posibles tonalidades, cubriendo con su manto y sus sombras los jardines; el de las jacarandas, aún en espera del definitivo estío: aparece apenas, tímidamente, el mágico violeta en lo alto de esos árboles que alcanzan larga vida, profunda raíz, tronco grueso y exuberante follaje.
Van los geranios, uno a uno en una variedad fascinante: del color melón al rojo escarlata, pasando por los tenues y débiles rosados. En los paseos, brotan por aquí, por allá, esos geranios de múltiples colores: los blancos resplandecientes en contraste con los escarlatas, esos intensos carmesíes. Y hoy, en el íntimo jardín, las rojas azucenas de dolores, que han aparecido aun antes de los días santos. La flor que recuerda la pasión de Cristo y que viene a imaginarnos el dolor de aquellos días, cuando la ciudad se vuelve fantasmal, pero ellas agregan unas breves notas de melancólico colorido.
Las rosas han elegido distintas maneras de ser en lo que ellas son de elegantes; las rosadas rosas; las rojas color vino; las amarillas, dulces y fugitivas; las blancas, intensas unas y otras apenas pintadas de carmín que recuerda imágenes del paisajista Corot, quien en sus cuadros solía incluir un diminuto punto rojo.
Brincan en estelas de enredaderas desde los muros de los jardines: aparecen ahí las bien formadas florecitas amarillas que en su caída forman mantos preciosos que brillan desde el pavimento. Y luego, esas magníficas de pétalo azul, tan cercanas al manto de la Virgen que aparecen en octubre.
Uno se lamenta cómo los helechos, tan propios de nuestra región, y tan hermosos ellos, no nos ofrecen la presencia nevada de alguna flor. De cualquier manera, sus hojas al viento forman parte de un entrañable escenario que nos llevaremos como última imagen, de seguro, de nuestras resecas tierras.
Las florecillas rosadas de los duraznos, así como las casi transparentes, pálidas, del chabacano, fueron las primeras en aparecer: a la espera del primer rayo de sol, brincaron de alegría y se posaron en árboles que no alcanzan gran altura, pero sí ofrecen una evocadora estampa. Recuerdan los dibujos hechos por primera vez en la infancia cuando alguien, siempre hay alguien en esos primeros años, que pedía dibujar un árbol, una casa y el sol, en idílica imagen.
Las flores que forman parte de nuestro paisaje cotidiano en estos días de arranque de la primavera. Tanto por hacer si en ello se pusiera más empeño en los paseos públicos. Si son piezas naturales que con tanta facilidad se dan, pudieran provocarse con mayor consideración en los puntos más visitados, en las plazas más atendidas.
DE PASOS DEPRIMIDOS Y SEMÁFOROS
Muy deficiente no sólo la vigilancia en los pasos deprimidos de la ciudad. La circulación en ellos es a rápida velocidad. Pero si a ello se agrega el que en algunos no existen señalamientos viales, el cóctel está servido para el riesgo y peligros inminentes. Yendo del sur al norte por el periférico Echeverría, cruzada ya Lafragua, uno como conductor tiene la alternativa de elegir uno de estos pasos. Para quien no conozca el destino a que lo dirige tomar un sentido u otro, su indecisión, derivada de la ausencia de señalamientos, se convierte en una pesadilla.
Indispensable atender esta y otras más contingencias de tránsito en nuestra ciudad, como el servicio efectivo de semáforos. En pleno centro de Saltillo, en Hidalgo y Juan Antonio de la Fuente, los semáforos están en tan mal posición que pueden llegar a provocar la equivocación de los conductores.
María C. Recio