Komorebi
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Cuando pensamos en las palabras que más nos gustan del español, se detiene uno en aquello que nos seduce o nos sobrecoge: puede ser una bella tarde de invierno; una luminosa mañana de primavera; o una soporífera tarde en el verano; quizá el atardecer dorado del otoño. Para nombrarlas, para describirlas, tratamos de sacar del diccionario aquel ejército de palabras que puedan dar exactamente con el cuadro que tenemos concebido en la imaginación. Las más de las veces, oh, misión imposible.
Mi primera publicación en VANGUARDIA tuvo como título “Mucho sol”. El recuerdo de Manuel Álvarez Bravo y su encuentro con la luz en dramáticas imágenes, crudelísimas unas, adorables otras, místicas y enternecedoras muchas. El sol que cae sobre la copa de un árbol y refleja montones de sombras de sus hojas sobre un perro blanco descansando en el umbral de una casa de la Ciudad de México. Una vecindad de 1920 ofrece asimismo sombras y luces en una imagen de sencilla dulzura, la cual contrasta con la dolorosa toma de un obrero tendido en el suelo, asesinado en 1931. Mujeres desnudas que reciben el sol a plenitud y un niño transportando cuentos en un vehículo hecho improvisadamente. “La muchacha viendo pájaros”, vestido viejo y roto, solemne rostro que nos conmueve al reflexionar en su madurez adelantada en el que debió de ser un difícil año de 1931.
“Mucho sol” podría ser, hoy, para esta escribidora, la suma de numerosas tardes observando con detenimiento cómo se filtra la luz a través de los cristales. Puede ser la remembranza de una tarde de invierno, cruzando, siendo niña, el patio de la casa paterna, en una infancia donde el país prometía ser otro, apenas tres décadas después de algunas de las más duras imágenes de Álvarez Bravo.
Ese “Mucho sol” puede convertirse en los oblicuos rayos que atraviesan perezosamente las persianas y reflejan encantadoras formas sobre la mesa de un restaurant donde se construye una poderosa conversación. El que se estaciona ensoñadoramente sobre las enredaderas de un muro de piedra o el que empieza a doblegarse bajo el peso de la noche, en un atardecer lento y calmo, sobre las últimas horas del domingo.
Débiles rayos de luz que anuncian el amanecer; deslumbran el mediodía y son vencidos en la hora crepuscular.
Permanente mirada en la Naturaleza caracteriza a los japoneses. Y hace un par de días, lo consignaba nuestro periódico con las palabras que significan mucho para ellos. Palabras que llevan en su vientre gran gama de significados que tendrán que ver con la forma en que los japoneses interpretan al universo y se relacionan con la Naturaleza.
Elijo aquí Kogarashi y Komorebi.
Kogarashi es el evocador término con el que describen el viento frío que da a conocer el arribo del invierno. Una sola palabra con la cual descubrir mil imágenes que nos acompañarán en los meses que pueden llegar a desolar el alma por la palidez de la tierra.
Es Komorebi la dulce palabra que resuena en mis oídos para significar “La luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles”. Ella, en una cápsula de esperanza para cada alegre primavera, cada tórrido verano, cada dulce otoño y cada desazonante invierno.
Recuerdos de días ya idos en aquella casa paterna, cuando apenas abría los ojos a la vida y la luz que llegaba del cielo, chocaba sobre las losas del patio y provocaba asimismo misteriosos juegos en los zaguanes del patio.
Komorebi, una palabra en la cual encontrar el eco de las dulces evocaciones de infancia.
Calle Allende
Ojalá el Ayuntamiento de la ciudad no ceda ante las presiones de comerciantes del centro de Saltillo con respecto a la vuelta del transporte público en esta vía, que hoy por hoy se transita con una notable mejor fluidez.