La Academia, medidas desesperadas
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La Academia (oh sí, “esa” Academia), la de Artes y Ciencias Cinematográficas, anunció cambios e innovaciones para su siguiente ceremonia de premiación, la que, dicho sea de paso, no ha dejado de perder puntos de audiencia cada año desde hace un par de lustros.
¿Por qué siendo el Oscar, no el mejor ni el más serio por supuesto, pero sí el premio más fastuoso del séptimo arte; por qué si congrega a las estrellas más populares y taquilleras de la industria, y por qué, si tiene a su disposición todo el aparato publicitario de la Meca del Cine, no cesa de perder su antiguo glamur, relevancia y rating?
Pasan varias cosas simultáneamente. Revisemos:
Resulta que los grandes estudios de Hollywood dejaron de ser la mera ley. Sí, al volverse accesible y relativamente baratas las tecnologías fílmicas, la producción dejó de ser oligopolio de unos cuantos magnates que, aunque conservan aun las franquicias más redituables, materializan los delirios cinematográficos más costosos y estrenan los blockbusters de cada verano, no son ya los únicos con capacidad de hacer una película decente, entretenida, redituable o con méritos artísticos.
Sucede lo mismo con la distribución, que antes controlaban también estos capos de la industria y ahora, gracias al “streaming” o descarga de contenidos en línea, podemos acceder a cine independiente, cine internacional, cine de arte, cine clásico, cine cutre y cine de Derbez (cada quién se ahorca con su mecate favorito). Las “majors” (Columbia, Warner, Universal, Paramount, Fox y Disney) podrían desaparecer y el cine seguiría existiendo sin problemas tal y como lo conocemos.
Entonces, una ceremonia de premiación creada por dichos estudios para celebrar sus logros y congratularse entre ellos mismos, queda rebasada cuando el cine más interesante proviene de otra parte.
De por sí, el Oscar fue durante décadas objetado por sus omisiones imperdonables y dudosos criterios de selección y premiación. Así que de credibilidad, mejor ni hablemos.
Resulta obvio pues, que la principal preocupación de la Academia no es otorgarle un galardón a los mejores exponentes en su respectivo campo, histriónico o técnico, sino solamente lograr una transmisión televisiva exitosa, no importa que el programa se convierta en un desfile de celebridades escasamente relacionadas con las artes audiovisuales.
Súmele a todo lo anterior la omnipresencia de las redes sociales, que hoy por hoy son, para bien o para mal, la fuente informativa de donde todo mundo abreva y el formato en el que las nuevas generaciones asimilan los temas que les resultan de relevancia.
¿De verdad pensó alguna vez la Academia que iba a lograr conectar con los millennial, con esa interminable ceremonia de glorias vetustas de la pantalla, sus lacrimógenos discursos y sus números musicales de escuela primaria con presupuesto? ¿En serio supuso que así iba a conectar con la generación de la instantaneidad y de la atención que dura 140 caracteres?
No obstante es obvio que la Academia no entiende nada de la época en la que ahora vive, no ha dejado de intentarlo con todos los recursos a su alcance: Invita a personalidades fatuas aunque populacheras; intenta estar en todo momento del lado de lo políticamente correcto y alienta los pronunciamientos a favor de las causas socialmente higiénicas; se esfuerza por ser étnicamente y sexualmente incluyente; nomina bodrios taquilleros, lo mismo que incrementó al doble el número de cintas competidoras en la categoría principal (aunque dos tercios de las pelis postuladas no tiene real oportunidad de lograr nada), para ver si así entusiasma a su público.
Pero nada de lo anterior funcional. La ceremonia de premiación de los Oscar no sólo no hace clic con la audiencia joven, sino que se aleja de sus fieles espectadores de siempre y los pierde año con año.
Bien, como ya le decía en un principio, hace unos días la bendita Academia anunció su enésimo palo de ciego: una nueva categoría para las películas “más populares”.
¡Qué desesperación! Se suponía que recibir un Oscar daría notoriedad a un filme, pero hoy es el Oscar el que se quiere colgar de la fama de las películas palomeras. En fin.
La Academia anunció de igual manera otros cambios en el formato de la transmisión, todo con tal de no seguir naufragando en sus índices de audiencia. Eso y lo de pasar de ser la alfombra roja más exclusiva del mundo a una ceremonia que de tan complaciente raya en el servilismo, me pareció digno de comentarse.
Tenemos una institución que ya no entiende el mundo en el que vive y menos los tiempos que corren; que no parece ser consciente de sus nueve décadas de injusticias y exclusión; que no sabe que está completamente rebasado por otras opciones, que en su afán de conectar con la sangre joven sólo hace ridículo tras ridículo y hoy, luego de haber perdido todo atisbo de popularidad , se quiere hacer repentina y espontáneamente la “buena onda” con medidas quirúrgicas extremas, como si pudiera disimular así que sólo es un obsoleto dinosaurio.
Pues nada, que me acordé mucho del PRI, no sé por qué.