La banda, el bastón y la gente
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Con el verde arriba y el rojo abajo.
Como si se buscara evitar la asociación mental con sangre y se exhibiera en el pecho el verde de la esperanza.
No fue entrega directa sino con interpósito transportador. Son colores nacionales. Uno quisiera que no evocaran ninguna otra asociación diferente de una totalidad.
Encabezando uno de los tres poderes: el ejecutivo, el triunfador en el último sufragio se la impuso en diagonal. Se terminó un sexenio de gobierno y empezó a presidir quien había sido nombrado como presidente electo en lapso de varios meses.
En uso ordinario quedará puesta, no sobre el saco sino sobre la camisa, mostrándose sólo parcialmente. Es el símbolo de la investidura de mandatario, servidor de la ciudadanía mandante por representación y por participación.
Lo del bastón fue un simbolismo de cercanía hacia las etnias. Las comunidades originarias usaron sus indumentarias, sus ritos y sahumerios, limpias y evocaciones de su cosmogonía, sus ofrendas y al final la entrega del bastón. Es un signo de reconocimiento de autoridad y de confianza y esperanza con buen augurio para el nuevo gobernante.
La gente se fue congregando hasta colmar el espacio disponible con una presencia abundante y entusiasta. La recepción fue de saludo, de contacto, de entrega de peticiones escritas, de apretones de mano y de abrazos al pasar. Hubo aplauso y porra, y fue impresionante el silencio y la participación ritual durante el ceremonial indígena.
Largo fue el compartir de los 100 propósitos presidenciales escuchados por los que estaban sentados y los que permanecieron de pie. Repetidamente se buscó quitar desconfianzas, asegurar lealtades, ofrecer transparencia y prometer honestidad.
Quedaron resaltadas las grandes líneas maestras. No corrupción, no impunidad, austeridad republicana, la prioridad de servir a los empobrecidos, jóvenes y discapacitados, el impulso a la zona fronteriza del norte y a los estados del sur con vías férreas en la zona maya y en la interconexión oceánica por la región del istmo.
Se fue detallando el centenar de metas sólo alcanzables con la cooperación de todos. El ambiente fue de fiesta acentuando las culturas de las diferentes comunidades en música y danzas de trajes típicos.
Se ha despertado una sana actitud crítica. No cesan de soplar al jocoque quienes recuerdan las quemaduras lácteas de otros sexenios. A muchos se les hace mucho pabilo para tan poca cera. Otros, arrastran espectros de gatopardismo para asustarse con una danza de fantasmas.
Se buscan etiquetas de fácil clasificación, se inventan intenciones y se imaginan desastres. Se les viene el pasado encima con todas sus abominaciones y echan volado con moneda falsa para no creer ni a cara ni a Cruz.
También surge la mirada penetrante que quiere ver perfecto equilibrio y señala los zarandeos del pedaleo inicial, explicable en este ciclismo político de arranque. Es una ensalada de opinión pública que ya tiene ingredientes de una democracia con tropezones de primeros pasos.
Una verdadera transformación no es solo de régimen, de estructuras sino de mentalidad, de actitud, de visión y de autocrítica ciudadana para no vestirse con andrajos de problema sino con overol de solución...