La discriminación y el clasismo, partes del gen de la mexicanidad
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La lucha contra la discriminación racial en el mundo tiene un enésimo nuevo rostro: el de George Floyd, el afroamericano de 46 años que murió tras ser arrestado y sometido por el agente de Minneapolis, Minnesota, Kellie Chauvin, convertido a su vez en una suerte de enemigo público perfecto por representar la efigie misma del abuso: el policía blanco que no tiene reparos en violar arbitrariamente los derechos humanos de quien sea. Las protestas multitudinarias las hemos visto todos, así como las históricas postales que se han sumado al abigarrado collage de sucesos de este desquiciado 2020: estaciones policiacas en llamas, disturbios, abrazos interraciales, la Casa Blanca a oscuras; y en medio de toda esa violenta polarización, los recuadros negros en redes sociales con los hashtags #blackouttuesday, #TheShowMustBePaused o #BlackLivesMatter. Miles de usuarios en México también se han unido al legítimo clamor, pero vale la pena un pequeño recordatorio: también el grave problema de la discriminación lo tenemos en casa y bastante encendido.
México es un país donde se discrimina hasta por la ropa que trae uno puesta. No es una novedad. Esa compulsiva enfermedad de denostar constantemente al otro por lo que socialmente se consideran defectos ha derivado en la construcción de un léxico tan peyorativo como normalizado: “indio”, “negro”, “pobretón”, “niña”, “homosexual”, “vieja”, son algunos de los más cotidianos insultos, aunque en infinitas ocasiones quienes los propalan no siempre los reconocen como tales.
La discriminación en todas sus expresiones (étnico-racial, socioeconómica, religiosa o de género), es parte de esa violencia estructural que históricamente se ha ejercido desde las relaciones de poder y que, en países como el nuestro, se replican hoy en prácticamente en todas las esferas. Tanto que, por ejemplo, 7 de cada 10 mexicanos atribuyen sus escasas oportunidades laborales o de desarrollo profesional, al color oscuro de su tez.
Tan arraigados están la discriminación y el clasismo, que pareciera que son parte de los genes de la mexicanidad. Por ejemplo, según la Encuesta Nacional sobre Discriminación elaborada en 2017 por el INEGI en conjunto con el Conapred, la CNDH, el Conacyt y la UNAM, un 75.6 por ciento de los indígenas mexicanos dijeron sentirse infravalorados y 4 de cada 10 creen que la falta de empleo, de recursos económicos, de apoyos gubernamentales o la negación de acceder a servicios de salud se deben, simple y llanamente, a su condición de indígenas. Además, 71.5 por ciento de las personas discapacitadas viven padeciendo el rechazo sistemático de la sociedad de la que forman parte. Pero el grupo poblacional que más desprecio percibe en su contra, es el de las trabajadoras domésticas, ya que 9 de cada 10 de ellas afirman que son poco valoradas en cuanto al trato y el reconocimiento de sus derechos. En ellas se combinan dos aspectos que, por desgracia, en la tristeza de país que es México resultan desventajosos: su bajo nivel socioeconómico y su condición de mujer.
En términos generales, un 20.2 por ciento de la población mexicana declaró haber sufrido episodios de discriminación en el último año por motivos de apariencia, forma de vestir, edad y religión. Coahuila aparece por debajo de esa media nacional con un 15.7 por ciento, pero en entidades como Puebla (28.4), Colima (25.6), Guerrero (25.1), Oaxaca (24.9) y Morelos (24.4), los niveles discriminatorios se acentúan.
Un aspecto que resalta de la encuesta es que, por ejemplo, en México los hombres son más discriminados por su apariencia que las mujeres: los porcentajes en este escalón son de 56.5 por ciento contra 51.3 por ciento. Lo mismo ocurre en la discriminación por clase social (19.7 por ciento de hombres discriminados por este aspecto contra 16 por ciento de mujeres), por el lugar donde viven (21.7 contra 17.7) y por la manera de hablar (27.7 contra 16.7). Sin embargo, las mujeres son más discriminadas que los hombres por sus creencias religiosas (32.3 contra 24.8), orientación sexual (3.7 contra 2.8) y, lastimosamente, por la simple causa de su género (29.5 contra 5.4).
Somos, además, un país altamente prejuicioso. Y llama la atención que muchos estigmas caigan sobre los jóvenes: un 60.3 por ciento de los mexicanos consideran que, en general, los jóvenes son irresponsables. Coahuila sobrepasa esa media nacional con 63.4 por ciento y de hecho los mismos chavos aceptan el estigma, pues un 78 por ciento de ellos se dijo consciente de que la ciudadanía en general los percibe como flojos y poco productivos.
Así las cosas en México. Un país desigual, extremadamente polarizado, poco tolerante con las diferencias de opinión y, sí, un país donde se discrimina hasta por la ropa que trae uno puesta.