La fugaz arquitectura
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El Templo de la Sagrada Familia, diseñado por Antoni Gaudí, se encuentra en Barcelona. ¿Dónde está la Novena Sinfonía de Beethoven? La mayor parte del manuscrito está en la Biblioteca del Estado de Berlín - Preußischer Kulturbesitz. Pero la partitura no es la música sino su codificación, de tal manera que la Sinfonía no se encuentra en ninguna parte, o bien, como veremos, en todas.
La música es un arte que se construye a través del tiempo, y aunque se genera en fenómenos físicos, la materia musical no se modela en objetos voluminosos o corpóreos. Cada vez que un violinista hace sonar una nota en su instrumento tiene lugar una sucesión de eventos vibratorios pasajeros e irrepetibles que motivan una percepción estética definida.
Los materiales utilizados en construir la idea de Gaudí definen una forma específica en un espacio determinado; en cambio, la idea de Beethoven no se sostiene en la verticalidad y horizontalidad espaciales sino en el flujo temporal, y el ámbito de su existencia no tiene lugar definido. La obra arquitectónica posee continuidad y unicidad: La Sagrada Familia será la misma cada vez que volvamos a Barcelona (salvo, por supuesto, los agregados a su construcción inconclusa). Pero el fenómeno musical es efímero; cada vez que escuchemos la Sinfonía Coral la estaremos oyendo “una vez más por vez primera”.
Dimensionalmente, el fenómeno musical se efectúa en el tiempo y en el espacio, por supuesto, pero nuestra cognición solo tiene percepción temporal de la misma. Consiste, la música, en un caudal de precedentes y subsecuentes en perpetua interdependencia, y opera en función del movimiento y sólo del movimiento, pues no es capaz de suspenderse o concretarse en figuras, como la danza. En cierto modo, la música es un arte pretérita: cuando una melodía nos conmueve, esta ya ha sucedido.
Aunque es imposible asir un objeto llamado Sinfonía No. 9 de Beethoven, solemos hablar de formas musicales; pero se trata de contornos definidos por límites temporales, tímbricos y frecuenciales. Se habla incluso de un aspecto vertical y uno horizontal de la música: la armonía y el contrapunto, respectivamente. Sin embargo, ambos atributos son metafóricos en cuanto que son espaciales y provienen de la visualización de la partitura. Armonía y contrapunto se dibujan uno a otro siempre sobre el eje del tiempo.
Su carácter etéreo y de constante renovación otorgan a la música cualidades deíficas: ubicuidad y perpetuidad. La Sinfonía Coral puede interpretarse al mismo tiempo en dos o más lugares, pero ambas serán la misma. La muerte de la Sinfonía podría entenderse como equivalente a la destrucción de su partitura, pero ya hemos visto que el código no es la música. Sin embargo, esta ubicuidad y perpetuidad se circunscriben a la humanidad, pues solo tendrán lugar mientras exista una voluntad que haga posible la manifestación musical; algo parecido a un sistema religioso, donde la idea de dios solo tiene operatividad mientras tenga credibilidad colectiva. Así, la música morirá con la voluntad humana, o bien, con la desaparición de la especie (caso en el que La Sagrada Familia tal vez tendría ventaja de perpetuidad).
Podríamos decir que la música es fugaz arquitectura; momentánea estructura sonora que se construye sobre el tiempo, y que, siempre renovada, se precipita sobre nuestra percepción para suscitar estadios emotivos o para estimularnos el intelecto.
Después de disertar de manera tan desafortunada han surgido nuevas preguntas. ¿El libro es la obra literaria? ¿Dónde está “Cien Años de Soledad”? ¿Dónde “Don Quijote de la Mancha”?