La furia de los estrógenos
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Deberíamos estar manifestándonos hombres y mujeres al unísono, pero se decidió que ésta era una marcha feminista y están en todo su derecho de llevarla a cabo
Literal: me ausento tres días de las redes sociales y cuando regreso están todos mentándose la madre, sacándose los ojos, buscando clavarle al prójimo una estaca en el corazón.
La razón –al parecer y según entiendo–: una marcha feminista enardecida (¿a poco las hay de otras?) en protesta por el clima de inseguridad que prevalece y que convierte a las mujeres en el blanco más vulnerable de la delincuencia.
Se reporta que las cosas se salieron un poco de control y ahora el debate se centra entre la legitimidad de los desmanes como último recurso de este sector para presionar a una autoridad –y una sociedad– indiferente a su sufrimiento; o su total sinrazón, falta de congruencia y de valor constructivo.
¿Por dónde comenzar que no me cueste la vida? Créame que casi me persigno antes de comenzar a redactar este texto. Y no es que me preocupe desatar la furia de los estrógenos, lo que sucede es… ¡Mentira! Sí me da mucho miedo desatar la furia de los estrógenos, pero ni modo:
Sucede, como cada vez que la sociedad se polariza de esta manera, que todos los interlocutores tienen un algo –aunque sea un poco– de razón. Por consiguiente, nadie puede arrogarse la patente de la verdad absoluta. Revisemos:
Que las mujeres son víctimas de la violencia asociada a una sociedad forjada en preceptos machistas, es cierto, tanto como que tienen el derecho a manifestarse y a expresar más que su inconformidad, toda su rabia y malestar.
Que la violencia no es edificante. No, no es en absoluto constructiva. Ni siquiera en términos de revoluciones sociales la violencia trajo jamás justicia o algo parecido a nadie. Acaso derrocó un sistema opresivo para instaurar uno de terror, pero ni redimió a los pobres ni emancipó a los esclavos.
Los verdaderos avances en materia de derechos humanos los hace siempre un congreso de pensadores, filósofos y humanistas, no una turba iracunda, que sólo quiere romper el orden establecido.
Que el vandalismo es delito… Sí lo es.
¡Pero es más grave la muerte de una mujer! Sin duda.
Pasa que en este País las posibilidades de ser asesinado –o ultrajado– y recibir justicia por ello son minúsculas, sea hombre o mujer. No sé en qué México pensaban que estábamos viviendo.
Siendo honestos, deberíamos estar manifestándonos hombres y mujeres al unísono, pero se decidió que ésta era una marcha feminista y están en todo su derecho de llevarla a cabo. Pero hay que tener en consideración todas las aristas que conlleva un movimiento social, a saber:
-Se va a politizar necesariamente. Es obvio que hay en todo esto la oportunidad perfecta de sacar raja política, como podría ser reventar al Gobierno de la CDMX, por mencionar algo.
-Hay gente que se va a infiltrar al movimiento para desacreditarlo. La manera más fácil de desprestigiar una causa es adjudicándole violencia sin sentido, así como dichos y acciones radicales que desde luego no representan los ideales que se defienden.
-No todas las personas que se suman a una causa lo hacen por las mismas nobles razones. Es obvio que hay gente que ni es víctima, ni le interesa la suerte de las víctimas y sólo ve en esto la oportunidad de reclamar la atención que siente que el mundo le debe, o que necesita una excusa para sacar todo su enojo y frustraciones. Todo movimiento o manifestación los tiene.
-Va a haber gente también que no se tome esta lucha con toda la seriedad que las feministas desearían. Incluso habrá quien no comulgue con sus exigencias y hasta quien las ridiculice. Sin embargo, todo ello está dentro de los lindes de la libertad de expresión a la que se supone nos acogemos. Ver un enemigo en cada opinión discrepante y desgastarse en confrontarlo como si fuese el responsable directo del heteropatriarcado, sólo enardece más los ánimos y abona cero a la que se supone es la causa principal.
Reducir la lucha a un circo y el debate a una pelea campal entre feminazis y opresores es exactamente lo que obstaculiza cualquier cambio profundo. Y es que toda la energía y empuje social se diluye en estériles batallas intestinas en vez de direccionarlo hacia el statu quo.
No sé si después de todo lo dicho y publicado tenga algún sentido compartir estas líneas, pero al menos me pronuncio por una coexistencia menos ríspida de las opiniones, cualquiera que éstas sean, en aras de que toda esa ira, gritos, consignas y demandas lleguen a oídos de quienes realmente deben escuchar y están en posición de modificar la normatividad vigente, lo que entiendo era la razón de ser de la marcha.
Y es que si sólo se trataba de hacerse escuchar por una injusticia, ya pueden ponerla a hacer fila detrás de todas las que aguardan ser atendidas en este País y son igualmente apremiantes.
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