La imagen del maestro
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TEMAS
Enseñar es una tarea promisoria. Un oficio en el que la esperanza es colocada en una canasta que los alumnos han de tomar cada mañana junto a un maestro que la ofrece, pero que no se queda sin aprovechar a su vez ese importante producto envuelto en un cálido aroma de ternura y respeto.
Todos los días, al frente, el maestro lleva el reto de traer consigo preparada no sólo una clase, lleva consigo en esa canasta los contenidos de las asignaturas, pero ello lo acompaña, o debiera acompañarla, la sonrisa y una gran dosis de comprensión, solidaridad y afecto hacia los integrantes del aula.
Lograr conectar con los estudiantes es uno de los mayores retos. Vivimos en un mundo de sobreinformación, de hiperinformación, un mar proceloso que pone a discusión la ingente cantidad de temas y vistos a través de ópticas particulares, alimentadas desde el personal bagaje de cada cual, expresiones de las experiencias en casa, años de estudio y atmósferas particulares.
La permanente exposición a todo tipo de mensajes a través de los medios de comunicación masiva; a través de las redes sociales; a través de los anuncios espectaculares y una cada vez mayor participación de niños y jóvenes en actividades extraescolares ponen a prueba la manera de estar, hoy, frente a grupo.
El psicólogo y educador Jaume Funes, autor de un libro reciente sobre el oficio de enseñar, insiste en la necesidad de propiciar entre el estudiantado la curiosidad. Dejar entrar, dice, en el aula, el viento fresco de las dudas. Si el maestro se hace preguntas y llega con preguntas al aula, los alumnos pueden, muy bien, asumirlas como propias para convertirlas en conocimiento.
Critica cómo la educación se ha convertido en un producto de mercado. Un artículo al cual se intenta medir con parámetros de supuesta evidencia científica. Comprar educación, en un mundo en el que es fácil adquirirlo todo, no parece preocupar demasiado en el mundo actual.
Sin embargo, eso sí que es realmente preocupante. No es la mejor manera de que los grupos, integrados por niños, adolescentes y jóvenes pensantes comprendan el entorno en que viven y sean capaces de analizarlo y después, aunque algunos incluso ya al mismo tiempo, incidan en él.
El maestro comprometido tiene en estos tiempos desafíos que tienen que ver con el propio sistema de aprendizaje, los contenidos y los métodos para alcanzar los propósitos. Pero, también, se enfrentan a sistemas sociales que forman parte del entramado familiar. Delicado tejido del cual está constituido cada niño que asoma su mirada desde el mesabanco; de cada adolescente que cruza riendo el pasillo; de cada joven preocupado por el futuro inmediato.
¿Qué ofrecer a estos maestros? La atmósfera de trabajo resulta indispensable. Si ellos mismos han de llegar con espíritu animoso al aula, con espíritu combativo y necesidad de enseñar y aprender al mismo tiempo, favorecer su desempeño resulta importantísimo.
Por desgracia, en los últimos años se ha olvidado de la figura del maestro como el personaje entrañable al cual se le recuerda con afecto y respeto. Se ha vulnerado de manera dramática su investidura en los tiempos recientes.
Si bien es cierto que en ello han contribuido maestros que, sin pizca de vocación, violentaron la profesión, también lo es que son muchos más los que acuden a sus clases con el compromiso, la responsabilidad y la sonrisa en la mirada.
Valiosos maestros rurales y valiosos maestros de ciudad que no terminan su jornada frente a grupo, la continúan en casa para revisar trabajos y exámenes y preparar sus clases. Que cruzan la ciudad o las carreteras para llegar y para salir.
Se hace indispensable regresar a un modelo de respeto por la figura de este personaje. Una figura que representa tanto, y cuya actuación deja huella profunda desde la más tierna infancia.
¿A quién corresponde esta reivindicación? Padres de familia, los propios docentes y un sistema educativo estimulante.
¿Por qué perderse en el mar de información, teniendo, como tenemos, sistemas organizados de educación? Que los estudiantes naveguen en ese mar está bien, y los maestros lo naveguen también, pero aprovechando cada palmo de agua, sin que el casco de la embarcación, llamada educación, sucumba al naufragio.