La Legión y el Reino, punto final
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Debo decir que cursé la secundaria, el bachillerato y la licenciatura en instituciones académicas de los Legionarios de Cristo. A lo largo de mi vida participé en innumerables actividades académicas, deportivas y religiosas, organizadas por los Legionarios y por el Movimiento Regnum Christi.
Conocí en estas instituciones a mucha gente de primera, honesta, honorable, generosa y trabajadora. Tengo por grandes amigos de toda una vida, a sacerdotes y laicos ejemplares, humildes, valientes y trabajadores, auténtico seguidores de Cristo y de su Iglesia. Por fortuna, nunca me vi expuesto a ninguna acción negativa, ni mucho menos criminal. Sin lugar a dudas, apostaría a que las buenas personas son enorme mayoría, que han hecho mucho bien alrededor del mundo, que de buena fe creyeron y trabajaron dentro de estas organizaciones de la Iglesia Católica.
Dicho lo anterior, no puedo ni debo evadir la evidencia criminal conocida hoy alrededor del mundo. Nunca debemos olvidar que el abuso sexual en general y el cometido contra menores en particular, es un crimen, un delito que amerita castigo de prisión y exige reparación del daño infligido. En el caso de los Legionarios, se trata de crímenes cometidos por su fundador y por otros sacerdotes, es decir, por personas investidas de autoridad. La propia congregación reconoce 175 casos de abuso contra menores de edad, de los cuales se atribuyen 60 a su fundador, Marcial Maciel.
Monseñor Rogelio Cabrera, arzobispo de Monterrey y Presidente del Episcopado Mexicano señala y señala bien, que el informe de la congregación es incompleto. Al tratarse de crímenes cometidos a lo largo de más de 70 años, no puede negarse el encubrimiento cómplice de muchas otras personas, muchas de ellas seguirán escondidas en algún rincón del mundo. Yo agregaría la cifra negra básica que se tiene en México, donde más del 75% de los delitos cometidos se quedan sin denunciar. Aplicando ese porcentaje a los abusos cometidos en México y considerando el razonamiento de monseñor Cabrera, resulta evidente que el abuso criminal es mucho mayor de lo ya de por sí escandaloso y repugnante.
Debo abordar los hechos conocidos desde dos perspectivas: primero como ciudadano, y luego como católico. Como ciudadano no tengo ninguna duda, las autoridades responsables, en cada uno de los países en donde se cometieron estos delitos, tienen la obligación de investigar, procesar, juzgar, sancionar a los responsables, a sus cómplices y encubridores; y en la medida de lo posible, reparar el grave daño ocasionado a las víctimas de estos delitos.
Como católico, debo hacerlo desde la premisa básica de que soy católico, me bautizaron como tal, sin anteponer a un grupo en particular al interior de la Iglesia. En este sentido, y dando por supuesto que las autoridades civiles ya hicieron su parte, soy de la opinión de que todo lo que pertenece a la congregación y a su movimiento de apostolado, debe ponerse a disposición de la Iglesia Católica. Que el Papa Francisco y los obispos, junto con los laicos, sean quienes, de manera transparente, decidan su mejor destino. Solventar a satisfacción de las víctimas, si acaso eso fuera posible, el daño cometido. Y poner así, punto final a las dos organizaciones y a sus derivados. No hay, creo yo, mejor reparación del daño causado.
Dirán los que actuaron bien, los que están alejados de cualquier culpa, los que adentro de estas organizaciones también fueron engañados y han dedicado toda o casi toda su vida a ellas. “Pero es mucho el bien que se hace”, “Que paguen los culpables, porque desaparecer algo que ha hecho mucho bien”, “El tiempo todo lo cura”. Mi opinión, precisamente por qué se hace el bien, porque son gente de bien, porque ante todo son primero católicos y ciudadanos de bien, y porque no pertenecen a una secta, ¿O sí? Por eso no deben seguir haciendo el bien en organizaciones fundadas por un criminal. Organizaciones dentro de las cuales se cometieron crímenes, que durante décadas, consciente o inconscientemente se juzgó y se atacó a los afectados, porque el fundador y sus cómplices se decían víctimas de una conspiración internacional que solo existía en su mente infinitamente perversa.
Vince in Bono Malum, vence al mal con el bien. Es el lema de la Universidad Anáhuac. Nunca tan necesario ponerlo en práctica. No hay mejor manera de sepultar el daño hecho por su fundador que desapareciendo su obra, que no son las obras defendibles y nobles que subsisten. Las obras buenas hechas por personas buenas, no por Maciel y su cómplices, pueden encontrar cause en nuevas fundaciones y en cada una de las Diócesis en que se encuentren. El bien sería mayor, la Iglesia lo necesita y la sociedad también.
Jesús Ramírez Rangel
REBASANDO POR LA DERECHA