La magia del cine
En Saltillo, y creo en todas partes, hace tiempo que se acabaron las salas cinematográficas gigantescas. Algunas cerraron abruptamente. Otras convirtieron su espacio en varias salas pequeñas con la esperanza de sobrevivir. La modernidad acabó por imponerse y desapareció los cines independientes. Pero no sólo la modernidad, la verdadera culpable de su aniquilación fue la mercadotecnia.
Los antiguos cines cerraron sus puertas por falta de clientela, y las únicas salas que sobreviven son las ubicadas en los grandes centros comerciales. Primero cerraron las salas Multicinemas. Situadas en el pequeño centro comercial del entonces Gigante Abasolo, fueron desplazadas con la remodelación de la plaza, que dejó totalmente independiente de los locales comerciales el acceso al cine. Le siguieron las salas Hoyts y MM Cinemas Coss, antes Studio 42, ambos con edificios propios y accesos totalmente independientes de comercios y negocios. Los cinemas Alameda también sucumbieron.
Las múltiples formas de disfrutar una película evolucionaron tan rápidamente, que casi no nos dimos cuenta. No hace mucho tiempo, las videocaseteras y las cintas VHS nos permitían ver cómodamente las películas en casa. Después, fueron las máquinas reproductoras de discos, capaces de leer múltiples formatos de audio y video en CD y DVD, y las computadoras personales, todavía con mayores capacidades de reproducción en toda clase de formatos. Luego fueron los sistemas comerciales de cable los que llevaron a nuestro televisor los canales mexicanos abiertos, y según el paquete contratado, los canales de películas, nacionales y extranjeros. Los sistemas de televisión por cable o por satélite están hoy en franco declive y no tardan en desaparecer para dejar su lugar a las últimas tecnologías inalámbricas. Primero Netflix y Claro video, y ahora una pequeñísima cajita conectada a la corriente eléctrica y a un puerto USB de la pantalla de televisión, son los que sin cable alguno hacen el milagro. El decodificador de la cajita es capaz de bajar la señal de los sistemas de televisión alojados en cualquier satélite, de manera que, con pago o sin él, permite el acceso a cuanto canal existe en el mundo, para ver lo que se desee: una serie, una película, un partido de cualquier deporte, un programa de televisión, un espectáculo cultural, etcétera.
Las diversas formas de ver una película sin acudir a una sala especialmente diseñada para proyectarla han coexistido durante ya mucho tiempo sin desplazar a las salas cinematográficas. No obstante las posibilidades casi infinitas de estos nuevos decodificadores, la sala cinematográfica sigue siendo una maravilla. Ver una película en la gran pantalla y sentirse rodeado por el sonido espectacular, es casi un acto de magia, un ritual que no morirá, y que no puede compararse con el de ver una película en la pequeña pantalla de una computadora, un celular o una televisión.
El advenimiento de los grandes centros comerciales con sus modernas salas de cine influyó en la decapitación de los cines independientes. En el centro comercial puede verse y comprarse casi cualquier cosa, desde la leche para la cena, hasta una televisión o una recámara, e inclusive hacer transacciones financieras o enviar y recoger paquetería, además de ir al cine. Ese es el verdadero motivo del cierre de las salas cinematográficas independientes, no la modernidad ni los diferentes modos de disfrutar las películas.
Lamentable, cierto, pero absolutamente innegable: la mercadotecnia y el consumismo dominan nuestra vida, incluso, la afición por la pantalla grande. Pero más cierto que lo anterior es asistir a la magia del cine en una sala cinematográfica.