La mochila mental
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No hace tanto tiempo sólo se veían las bolsas de mano y los portafolios en las calles.
La mochila era de la utilería excursionista. La usaban los que iban a la sierra o los que se lanzaban a la aventura europea para los ajetreos de trenes eléctricos y mochila en la espalda más hospedaje en hostal. Para los estudiantes se inventaban los portalibros y los maletines incómodos.
Se le ocurre a algunos fabricar mochila para los que van a la escuela primaria, a la secundaria y a prepa o universidad. Cuelgan de un hombro o de los dos. Se usan las inofensivas de peso ligero y las grandotas que se cargan de libros y lastiman la columna vertebral.
En todas puede caber un arma o un explosivo. Y se empezaron a publicar las noticias de atentados en la vía pública, en eventos deportivos y repetidamente en centros educativos. El mismo esquema: uno que logra entrar llevando arma en la mochila y acaba disparando contra quienes tenga enfrente, compañeros o maestros.
Así nació la operación mochila. Un equipo preparado de esculcadores revisaba cada mochila en la entrada de las instalaciones, en todos los grados de educación. No hubo mucha perseverancia en tomar esta precaución. Se descuidó especialmente en los grados inferiores por considerar muy excepcional un hallazgo peligroso.
Sucedieron casos, ya no en el extranjero sino acá, cada vez más cerca. El reciente caso lagunero estremeció a la opinión pública y muchos insistieron en reinstalar la práctica de revisión para evitar la reincidencia de un acoso letal. Las mochilas volverán a ser revisadas. Sin embargo, la revisión más urgente es el de la mochila mental de cada estudiante.
Ahí pueden albergarse tristezas, enojos y miedos. Pueden tener acomodo resentimientos, prejuicios, temores y apegos adictivos. Hay descuidos hogareños y también influencias poderosas de juegos electrónicos, informaciones y chateos. Pensamientos parásitos, imaginaciones contaminantes, impulsos imitativos que resultan compulsivos.
La constante atención psicológica parece indispensable para que la mochila mental de los educandos no tenga nada que resulte inhumano, desamorado, vengativo o inicialmente antisocial. Todos los que visitan las redes se encuentran con un lenguaje violento que proviene de actitudes sin ética.
Es tarea de los educadores, de los progenitores y de los pastores hacer que las escuelas, los hogares y los templos impulsores de las pastorales dirigidas a niñez, adolescencia y juventud, inspiren actitudes magnánimas, cordiales y virtuosas. No basta la vigilancia para captar lo pernicioso. Se requiere la influencia pedagógica, psicológica y espiritual para que cada vida en desarrollo vaya logrando un gran ideal, una fuerte voluntad y pasiones dominadas.
La aceptación y estimación de sí mismo, la jerarquía de valores y la vivencia victoriosa del momento presente acompañan el camino hacia su madurez física intelectual, afectiva, volitiva y relacional. Y a todos, como ciudadanos, nos toca revisar la mochila mental de nuestra sociedad porque es la atmósfera en que respiran diariamente los que intentan prepararse para el porvenir.
Tomar conciencia de la dignidad humana y del destino trascendente hace que cada acción no sea gobernada por el capricho irresponsable, el interés codicioso, el afán de dominio, el placer egoísta. Se evita así la contaminación del ambiente existencial de quiénes merecen encontrar la verdadera vida sin ahogarse en decepciones...